DETALLES//
Antonio Almonte
Como las encuestas recientes sitúan al PRD en alrededor del 50% de la preferencia electoral y, asumiendo una abstención moderada, ha de esperarse que más de dos millones de dominicanos estén en estos momentos dispuestos a votar por el partido blanco y su candidato Hipólito Mejía.
Entre esos votantes hay militantes leales, hay clientelas y también segmentos de electores numéricamente minoritarios, pero con notable influencia social, tales como intelectuales, profesionales y empresarios preocupados por el rumbo que lleva el país.
Las claves de esa preocupación son clarísimas: frenesí de corrupción, descomposición social y manipulación de los poderes institucionales del sistema democrático.
Pero, un poderoso indicador de nuestra realidad podría ser la imagen de decenas de helicópteros y aviones privados transportando funcionarios del gobierno a cualquier acto de inauguración al que asista el presidente o a un mitin de Danilo o la Primera Dama en alguna provincia lejana.
Es un espectáculo patético, en una sociedad con indicadores socioeconómicos miserables.
Esas realidades van empujando a la gente a la búsqueda de un cambio de gobierno por la vía más segura y confiable.
Y, entonces, la pregunta que aflora a los labios de cada dominicano es la siguiente:
¿Qué ofensa tan grande le han hecho a Miguel Vargas o a algún otro jefe político del PRD, que sea más importante que el sufrimiento y las ilusiones de más de dos millones de dominicanos dispuestos hoy a votar por el cambio?
¿De qué se ha forjado el ego de un líder que le hace creer tan firmemente que sus tribulaciones y desventuras merecen más atención que más de 60 años de historia partidaria repleta de “sangre, sudor y lágrimas”?
El juego político-social dominicano ha llegado a un momento decisivo y al PRD, de nuevo, le toca el turno al bate. Los unos y los otros deberían demostrar grandeza.
Anteriores divisiones en el PRD habían implicado debates y movilizaciones de grupos, pero la peculiar y peligrosa resquebrajadura de hoy es muda y paralitica, porque parece no haber razones que decir, ni gente que movilizar, solo hay individuos y sus individualidades.
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