martes, 10 de agosto de 2010

Haciendo su agosto





Pedro P. Yermenos Forastieri

Ante la infracción de las leyes, el problema nuestro es que no existe un sistema de consecuencias. Salvo por imperativos personales, los ciudadanos no tienen temor al rigor de las sanciones penales, porque siempre está abierta la posibilidad de que las cosas se resuelvan de una u otra manera distinta a los preceptos contenidos en la norma. Ningún colectivo puede funcionar de esa forma, porque eso se traduce en un ejercicio nefasto de individualismo ante el colapso de la cohesión social.

Lo penoso es constatar que esas personas, actuando en distintos escenarios, son capaces de asumir comportamientos apegados a las reglas, con lo cual se confirma que el motivo de su actitud radica en la conciencia de que las penas previstas no son manipulables.

En ese contexto, el sistema de justicia ha devenido en un pesado y absurdo aparato institucional que se reafirma en su inequidad al tener como destinatarios casi exclusivos a los desprovistos de los mecanismos requeridos para evadir su látigo cada vez menos respetable.

En los escasos expedientes en que se involucran los privilegiados sociales, se encuentra la forma de eludir el proceso y, en caso de ser inevitable, las condenas aplicadas son las mínimas, su ejecución se lleva a cabo en circunstancias especiales y a la primera oportunidad se interrumpe, aun sea recurriendo a bochornosos indultos.

En materia de narcotráfico, el asunto se torna más complejo por la red de complicidad que genera, lo cual fuerza a que las investigaciones se detengan ante ciertos litorales, produciendo la sensación del milagro de que un negocio de tal magnitud es concretizado por los bigañuelitos que suelen ser atrapados. De lo que se trata es de circunscribir los procesos a los eslabones frágiles de una cadena de mayor calado.

Para lograr ese objetivo, a sus auspiciadores se les hace imprescindible redimensionar a los sacrificables para que la población focalice su atención en esa especie de seres mitológicos y se conviertan en cortinas protectoras de las responsabilidades mayores.

A ese recurso perverso se apeló con Florián, con Quirino y se repite ahora con Figueroa y Sobeida Feliz. Con evidente premeditación, se monta un espectáculo en torno a sus figuras que pretende dotarlos de la potencialidad seductora suficiente para convencer de que sus atributos casi mágicos hacen posible la construcción de esos mundos fabulosos en que se mueven. Puro ardid para encubrir a los personajes intocables. Están “haciendo su agosto” circense.

Santo Domingo, R.D., martes, 10 de agosto de 2010

(yermenosanchez@codetel.net.do)

http://www.elnacional.com.do/opiniones/2010/8/10/56983/Haciendo-su-agosto

http://www.desdemiescritoriord.blogspot.com/

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