domingo, 5 de septiembre de 2010

Hacia una relectura de la poesía dominicana

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Mateo Morrison

(3-4)

En el poema Mi padre colgado de ayer se reafirma la capacidad de Dionisio de hacer del tiempo y los espacios dos ilusiones que se concretan en la textualidad, como si quisiera hacerle un homenaje al gran poeta César Vallejo, y decir : «El traje que vestí mañana».

El poema Penetración mezcla en un solo espacio una infinita realidad permanente, escondida y callada, tan cercana a la cotidianidad y tan lejana a los temas de los poetas, que Dionisio decide alejarse.

Quiero recordar lo que John Donne (1572-1631) escribió: Ven, acércate, amada, no descansan mis ímpetus/ La impaciencia me arrastra, muero en esta impaciencia/ El soldado que ve una vez y otra vez/ante sí al enemigo, se consume en la espera/con las armas a punto, sin entrar en combate/Ven y quítate el cinto, que es como el cinturón/Deslumbrante de Orión, pero ciñe un mundo de mayor hermosura/ Suelta tu reluciente/Corselete, que atrae las miradas más necias/Y desata esas cintas: tu armonioso reloj/Ya me anuncia que es hora de acostarse por fin.

Pondré mi sello donde está mi mano/ ¡Completa desnudez! Todos los goces/Residirán en ti/Como las almas /descarnadas, han de estar los cuerpos/Desvestidos también para la dicha.

La poética de Dionisio, a mi juicio, está sintetizada en el poema de Rubén Darío a Octavio Paz, que me parece uno de sus hallazgos más esplendentes.

Carlos Bousoño, que a diferencia de algunos de nuestros críticos tiene la doble característica de ser un sólido pensador y un destacado poeta, no solo a través de la teoría de la expresión poética, sino de otros aportes indiscutibles, en su libro, Selección de mis versos, señala algo que podría ser repetido por nuestro autor.

“He amado frenéticamente el mundo, sabiéndolo perecedero, y por eso es la frase “primavera de la muerte” (título de mi segundo libro y de ciertas poesías completas mías), y no la “nada siendo”, la que mejor puede incorporar la intuición que perdurablemente se hala al fondo de mi vida y no sólo de mi poesía.

Muerte o nada sería el mundo, pero en tanto que es, que está ahí para nuestros ojos enamorados, para nuestro oído, para nuestro corazón y nuestra inteligencia, tienen un gran valor, un máximo valor. Es un cálido manantial, una fragancia irrenunciable, una suprema fuente de posibilidad, una luz, una ‘primavera’.

Una primavera, claro está, patética. Admirable y angustiosa, delicada y terrible”.

Santo Domingo, R.D., domingo, 05 de septiembre de 2010


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