Hace 4,500 millones de años que existen en la Tierra los materiales, los elementos, para la fabricación de un cohete, el establecimiento de la Internet o el valioso recurso del celular y la televisión, pero faltaba la idea, el conocimiento, para este salto científico.
Sea por revelación divina o por experiencia, el conocimiento llega al hombre desde un mundo paralelo que va parejo con el material, como decía mi padre Horacio y, por esa razón es que entiendo que la verdad científica puede coexistir con el Creacionismo. En definitiva, todo lo que existe, conocimiento y materia, viene del Creador.
La creación de la Tierra y su entorno pudo haber sido en seis días, como dice el Génesis, o en seis mil millones de años, como parece comprobarse con los métodos científicos disponibles hoy día: lo substancial es que nuestro sistema planetario, una verdadera e insignificante minucia para las dimensiones cómicas, fue creado por la misma Fuerza que rige todo el Universo, que está en permanente expansión y movimiento.
Esa Fuerza rige la materia y la antimateria, que da origen a los puntos negros que pululan en el espacio infinito, donde caen y se apagan estrellas con sus planetas.
Eterno es el Verbo, el movimiento, la Fuerza cósmica, que rige la gravitación que da balance al Universo y determina hasta la caída de la hoja de un árbol.
Para entrar en sintonía con ese movimiento, con esa fuerza sutil, pero infinita, que se revela en el pensamiento y en toda la naturaleza, hay que abrir la mente a la Fe y entonces penetra la idea, en todos los planos.
Es que la idea es el motor de la Creación: se revela a través del cerebro que la procesa, ordena los movimientos, del animal racional o el de puro instinto. La idea viene, no surge en el cerebro, de la esa energía, que no tiene ni principio ni final. Es como la semilla que contiene toda la información bioquímica para el desarrollo de cada cultivo. Existe prueba concreta de que imaginamos realidades, sin que tuviéramos acceso material a esos escenarios, que vemos como una revelación en nuestro cerebro.
Por ejemplo, en una clase de física ( en mis días de universitario en Puerto Rico ) resaltaba la profesora como el físico inglés John Dalton pudo arrancar los secretos del átomo, sin el recurso del microscopio.
Julio Verne pudo imaginar los viajes lunares con relativa similitud, al menos en el punto de partida, con la realidad que se produjo 100 años después, o don Cristóbal Colón que imaginaba que podía llegar a otro continente, en vez de caer en un abismo como establecía la verdad científica del momento.
Sobrevivimos a la oscuridad de la muerte, pasando al mundo paralelo, precisamente donde radica la fuente de las ideas y de la imaginación. Por eso, las ideas son inmortales y trascendentes a través del tiempo y el espacio. Esa es la verdadera eternidad, la que siempre hemos soñado.
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