jueves, 25 de noviembre de 2010

Gracias, grandeza

Eduardo Álvarez


La sociedad se estremece cuando muere un gran hombre, quien esparce tras él toda la libertad abrigada en su pecho. Convocando nuevas fuerzas, provoca las más encendidas pasiones, dormidas o envilecidas hasta entonces.

Hay suficientes motivos para llorar su partida y reflexionar sobre las ingentes hazañas emprendidas a lo largo de toda su carrera, cotejada con el grado de participación de todos y cada uno de los que hemos sido testigos de excepción. Defectos y virtudes aparte.

Cómplices o apático, hemos sido responsables de los errores y fracasos que aún oprimen lo que nos queda de bondad, prodigas por las armas grandes, con sus obras.

Se confunden las jerarquías políticas y económicas, entre la hipocresía y los auténticos sentimientos de solidaridad y gratitud para convertir sus honras fúnebres en una demostración memorable. Digna de sus grandiosos aportes.


Se trata de toda una generación unida con sus diversas pasiones, aspiraciones e ideas, abrazada a la grandeza que, unos y otros, aplaudieron y combatieron, indistintamente.

De todos modos, cada bando escribirá la a su manera.  Retorciéndola o narrándola con objetividad deberán destacar las condiciones que le ataron infinita y generosamente  a la compasión y a la alegría.

Hizo de su vida en un instituto de alegría, sin olvidar el compromiso social que también revelaba su vocación de dicha y libertad.  Por ello, acaso oprimido por los acontecimientos políticos, lanzó hace poco un grito de esperanza, reclamando respeto a  las instituciones  democráticas al tiempo que denunciaba, con energía, oscuros asomos de una nueva dictadura, frente a cuyas amenazas se mostró  valientemente dispuestos a “tomar las armas otra vez, de ser necesario”.

La alegría, la risa, la caridad y la  libertad que nos dejas, como semillas sembradas nos comprometen con el futuro. Emular sus obras y responder  a este último llamado de esperanza y resistencia es el mayor homenaje que le podemos tributar. Gracias, Freddy.

Santo Domingo, R.D., jueves, 25 de noviembre de 2010

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