Obtener un premio es un reconocimiento importante pero no es una consagración, es un paso significativo pero no otorga trascendencia si el escritor no tiene detrás una obra sostenida y representativa del lenguaje y de su tiempo, lugares donde habita el escriba como emisor de la creación, de la recreación, de la invención y el ejercicio del oficio literario.
Ahora se acaba de otorgar el premio Cervantes, el más importante lauro para las letras escritas en castellano, a la formidable escritora española Ana María Matute. ¿Quién es esta mujer de 85 años, que alcanzó esta distinción? Hablar de ella es hablar de un mundo construido entre el realismo y lo fantástico, donde la escritora hurga la condición humana y establece una relación intensa con los diversos espacios de la infancia y la adolescencia. Los personajes de sus novelas son dotados de valores simbólicos, en textos de ficción donde resplandece el tono poético. Leerla es como habitar zonas mágicas donde se expresa la búsqueda de los procesos de la realidad, imbricados en una absoluta impotencia de solución o de trasfondo concluyente, ella no resuelve ningún enigma, ni traza coordenadas en la ficción que malogren la urticante, dolorosa y en extremo compleja intervención del azar y la desdicha humana.
Ella busca refugio en la Alta Edad Media, en el Santo Grial, en los mitos y leyendas, en las fábulas, provocando un contraste entre lo sutil y lo cruel, entre lo bárbaro y el refinamiento.
Ella ha dicho que no comprende que haya un escritor que carezca de lecturas de los clásicos, aunque define la modernidad en sentido innovador, renovador, ha enfatizado en la calidad de la buena literatura como inseparable de la inversión cultural y la depuración que forja el estilo propio. Su estilo no se parece a nadie, ella ha cultivado en su prosa narrativa características propias, por lo general oscurísimas donde cohabitan niveles dispares que levitan entre la muerte y la guerra. Ella ha proclamado que sus obras son desagradables.
Ana Maria Matute.
Esta confesión es el más alto tributo de su irrenunciable calidad, de su enfrentamiento perpetuo con la realidad fragmentada, de su visión crítica como forma de rebelión ante los signos de la cultura y sus exclusiones, pero esa rebelión no es de pancartas sino de desgarramiento y ensoñación, como la vida misma, como sus facetas, como sus nódulos, como sus instantes respectivos de alegría y tristeza.
Nadie la ha envilecido, nadie ha podido despojarla de su imaginación, y ésta es abierta y está colmada de códigos que sitian el engranaje de su infancia, y los caminos abiertos de los períodos misteriosos de la escala humana.
El premio Cervantes solamente ha sido otorgado a tres mujeres, a María Zambrano en 1988 y a Dulce María Loynaz en 1992, y ahora a Ana María Matute. Se trata de tres grandes escritoras, una de ellas, poeta, en el sentido más completo de la definición creadora, pero las tres se llaman María, llevan este nombre articulado en el cielo plateado de la belleza de la palabra y los sueños, inconformes con la realidad, la modifican en sus textos de fantasía y tragedia.
Ana María Matute es una refugiada de lo fantástico, con gusto exquisito por la prosa. El crítico español José Carlos Mainer, ha escrito, comentado su novela, “Paraíso inhabitado”, que la autora, narradora omnisciente, autobiógrafa en gran medida, ha escogido una larga adolescencia como forma de vivir. Vivir una larga adolescencia es atar sueños a la rueda implacable de la vida. No es la inmadurez como categoría absoluta, sino la imaginación como fuerza vital de la libertad y contraste con la falta de amor y abandono.
Ana María Matute, anciana luminosa, acaba de ser reconocida en su justa dimensión como escritora de fuste, como talento inagotable de la creación, como novelista de primer orden, que no busca embelesar sino decir, que no satisface sino que irrita, que vuelca la imaginación liberando predios contritos dentro de una misma esfera oscura y poética, avasallante e íntima. A su merced, Ana María Matute.
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