El pasado 20 de enero el periódico digital 7dias y el programa radial El Matutino Alternativo hicieron pública una información, avalada por un documento oficial, que daba cuenta de las frecuentísimas salidas de la cárcel de Najayo del privilegiado recluso Luis Álvarez Renta. La primera, en septiembre de 2008; la última, el 18 de enero de 2010. Ciento diecisiete salidas, la mayoría por “emergencias médicas”, en apenas 28 meses, un récord difícil de igualar en la historia penitenciaria dominicana o de cualquier país similarmente corrupto.
Luis Alvarez Renta.
Evidenciada la laxitud del control de salida en el caso de Álvarez Renta, condenado a diez años de prisión por lavado de activos en el caso Baninter, las “autoridades” del área hicieron mutis. El director de Prisiones, Manuel de Jesús Pérez Sánchez, porque le dio la real gana; el juez interino de Ejecución de la Pena de San Cristóbal, Willys de Jesús Núñez Mejía, porque la Suprema Corte de Justicia le tiene prohibido dar declaraciones a la prensa. “Los jueces”, dijo, “hablan por sentencia”. Máxima jurídica aquí de uso inadecuado; de lo se trataba, simplemente, era de conseguir una explicación de las libertades dadas por la autoridad a alguien que aún no ha saldado su deuda con la justicia.
José David Figueroa Agosto y
Sobeida Felix Morel
(composición fotográfica)
Una de estos permisos, el último del que se tenga constancia, tiene particular relevancia: el concedido para una visita a la casa del cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez. Que la voz católica más beligerante frente a las “inmoralidades” de terceros –grupos o individuos que, por lo general, adversan sus ideas— consienta esta violación del régimen penitenciario y se reúna tranquilamente en su residencia con un reo de la justicia, solo puede entenderse acudiendo al repertorio de las perversas complicidades de los sectores de poder dominicanos. Álvarez Renta, corresponsable de la defraudación que lanzó a la pobreza a medio millón de dominicanos, no provoca en el cardenal ninguna repulsa, ningún escozor moral. Son amigos y comparten animadamente en la acogedora privacidad del palacio cardenalicio. Mas hagámosle al “príncipe” una concesión: si la Iglesia católica se hizo cómplice de la pederastia de numerosos de sus más connotados jerarcas, que causaron –como los fraudes bancarios aquí— daños irreparables, es “normal” que López Rodríguez no anatematice la conducta de Álvarez Renta, un hombre del Poder y con poder. Son alas de un mismo pájaro.
Es harto sabido que los exbanqueros condenados por delitos comunes en los tribunales gozan de licencias que aligeran, casi hasta hacerlo desaparecer, el peso punitivo de las sentencias. Desde la concesión de espacios para adecuarlos a sus anteriores modos de vida, hasta visitas conyugales y reuniones de negocios virtuales y presenciales, nada les ha sido negado. Ellos y sus privilegios son la atronadora bofetada que dan a la población los tartufos que dirigen los poderes del Estado.
Alvarez Renta.
Cobardes, sin embargo, estos tartufos alardean de intransigencia frente a los más débiles. Repásese el repertorio de bobadas dichas en tono de poseso cuando abren la boca para condenar la delincuencia, que es siempre, para ellos, la de los pobres. “No pasarán”, “tolerancia cero contra la delincuencia” o cualquiera otra frase similar, tienen como banda sonora los disparos de la Policía en los “intercambios” y los últimos suspiros de los jóvenes marginales –delincuentes y no— que han caído por cientos en los últimos años.
Pero cobardes e hipócritas como han demostrado ser, interponen un cristal entre Sobeida Félix Morel y sus hijos, con quienes se la obliga a hablar a través de un intercomunicador, extremando la sanción que le impusiera el muy conspicuo Pérez Sánchez por introducir un BlackBerry a su celda, mientras que en Najayo-Hombres los exbanqueros disfrutan libremente de los últimos productos de las tecnologías de la comunicación.
A mí, lo confieso, me molesta esta rigurosidad selectiva. Esta criba que deja para la exhibición espectacular a quienes no tienen ni poder ni dolientes sociales. Me molesta esta falta de sonrojo por la propia desfachatez.
Hasta cuándo durará este estado de impunidad social de quienes tienen dinero y gozan de la complicidad las autoridades gobernantes, no es predecible. Pero seguro que no durará hasta siempre. Eso es lo que espera una parte importante de la sociedad dominicana.
Santo Domingo, R.D., lunes, 31 de enero de 2011.
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