Eduardo Álvarez
Invicto, triunfante, cual César antes de la irrupción de Bruto o Napoleón hasta llegar a Waterloo, Leonel Fernández “ha ganado en 15 ocasiones entre elecciones presidenciales, legislativas, internas, institucionales, materiales y plebiscitarias”.
Contento y embriagado de dicha, para el senador Félix Bautista, el Presidente consagra su gloria, para ocupar un puesto privilegiado en el Olimpo, a la par de Zeus, laureada su frente “cuando proclamó ante el congreso nacional [sic] la nueva constitución que representa una verdadera revolución democrática y el más amplio aporte en términos políticos, sociales e institucionales a la sociedad dominicana”.
Euforia aturdida, sin embargo, al condenar a quienes considera sus “grandes opositores”. Les recuerda que la nueva Carta Magna es de la autoria de Leonel, que es como reclamar la propiedad intelectual de la Ley de leyes de República. Un adolescente enamorado no hubiera podido con tan osada candidez.
Estamos hablando, desde luego, de la carta en la que Félix Bautista ruega, con fervor, al entrañable amigo, “aceptar nuevamente ser candidato presidencial por el PLD”. ¿Adonde metió el senador la obra consagratoria del Presidente? ¿Se le olvida o ignora que esta obra, la Constitución de la República, impide que su amigo sea nominado en las elecciones del próximo año?
Ingenuos, acaso, tenemos que recordarle el artículo 124 de la Constitución, que establece claramente el impedimento de la continuidad desde el poder. El presidente de la República será elegido cada cuatro años por voto directo y “no podrá ser electo para el período constitucional siguiente”.
Lo menos que uno espera de un verdadero y mejor amigo es lealtad, con apego a nuestra suerte y principios, no a los favores y circunstancias que nos unen. Invitar al Presidente a echar por la borda una brillante carrera, violentando el orden institucional no es digno de un amigo sincero.
Para el senador Bautista no deben ser extrañas las preferencias literarias de Leonel, menos que la obra de Shakespeare forma parte de los libros de cabecera del mandatario, el Rey Lear y el Mercader de Venecia entre ellos. De las tres hijas del Rey Lear, una rechazó su herencia y le advirtió con valentía y devoción sobre las consecuencia de sus locuras.
El soberano, envilecido como suelen estar los encumbrados, la maldijo y expulsó porque, en ese momento, la verdad le parecía insolente. Pero fue ella, Cordelia, quien, al final de sus días, dio refugio al andrajoso rey, expoliado por las dos hijas que habían llenado de halagos a su padre ya decrépito, sólo para alzarse con sus bienes.
Lear aprendió tarde, acabado y sin remedio, que los aduladores siempre revolotean como moscas sobre la mesa del poder y que la rectitud puede resultar odiosa cuando la gloria nos embriaga. Pero, como buena consejera, nos prolonga la gloria en vez de troncharla. Leonel debe saberlo. Supongo.
Santo Domingo, R.D., jueves, 07 de abril de 2011.
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