EN PLURAL//
Yvelisse Prats Ramírez De Pérez
Dos meses antes de morir, papá me dijo una
frase que penetró como saeta certera en mi entendimiento y mi corazón, y
permanece convocándome a la reflexión y a la praxis.
Mirándome con sus ojos curiosamente grises
que no lograron empañar los años y las cuitas, papá sentenció ese día después
de suspirar mientras ojeaba los periódicos: “A los dominicanos se les está
encalleciendo de nuevo la conciencia”.
Lo expresó con el dolor del fracaso de una
generación renovadora, la de la sociedad El Paladión, que en la medianía del
siglo XX enarboló altas banderas sociales y políticas, que tuvieron que arriar,
so pena de perder la vida, estos rebeldes jóvenes castrados por la tiranía de
Trujillo.
Desde esa vencida experiencia advertía
papá, y cuánta razón tuvo en su temor
profético, sobre ese entumecimiento de la sensibilidad que hoy, 44 años
después, se percibe avanzando, impulsado por la ola postmoderna de relativismos
y anomias. Desmintiendo a Heráclito, el río vuelve a pasar por los mismos
cauces: igual a lo que sucedió a partir de 1930, se va quitando importancia a
lo importante, se toleran cada vez más las “travesuras”, se consolida un
círculo de áulicos, los “validos“ del “Príncipe”, a quienes todo les está
permitido cuando no celebrado. La justicia se relaja poco a poco, hasta que
otorga lenidad e impunidad, como dispensas absolutas.
En ese caldo impuro de cultivo, una fea
planta monstruosa ha germinado, crece sus tentáculos que asfixian. La
corrupción, pese a la denuncia valiente de unos cuantos, este país empezó a
parecerse a la “Casa Tomada” de Cortázar: la corrupción ya se instala
glotonamente en despachos elevados, en oficinas políticas, en negocios
privados, ante una laxa indiferencia. Casi podía decirse que ha logrado colarse
como parte de nuestra caribeña cultura.
Una evidencia que me golpea rudamente la
encuentro en las encuestas que, como dirigente política, analizo periódicamente
para tomar el pulso a las preferencias del potencial universo electoral. Como
además de miembra de partido, continúo desde mis tiempos de adepeísta siendo
una militante social, concentro mi atención no solo en los altos porcentajes
que mantiene invariablemente Hipólito, sino también en la escala de prioridades
que resulta de computar las respuestas de los encuestados a la lista de
preguntas sobre la situación nacional.
En esas encuestas, y tengo que pedir a
veces a un compañero mas versado que me ayude a creerlo y a entenderlo, la
corrupción no ocupa, como debería ser, uno de los primeros lugares entre los
aspectos negativos del actual momento histórico: menos de un 10% de los
encuestados asimila la corrupción a sus poderosos y perversos sinónimos: el
robo, el crimen, el impedimento insalvable para el logro de la cohesión social
que otorgue credibilidad, gobernabilidad y gobernanza a nuestra democracia.
Parece que no entienden que la corrupción
es madre prolífica, responsable de muchos otros de los males sociales que en
las encuestas reciben puntajes más negativos que la matriz que los engendra.
Ese sesgo equivocado y miope, un tanto
azoriniano si se quiere, que concentra la atención en los pequeños o grandes
efectos, y no identificar la causa, es peligroso: disgrega y debilita el cauce
de protestas y demandas con que la ciudadanía tiene que confrontar al estado,
presionándolo para que ofrezca soluciones en función de prioridades. Por eso,
las encuestas deben visibilizar claramente la dimensión y los problemas,
categorizándolos en función de sus impactos en la sociedad. Los miles de
ciudadanos/as encuestadas nos representan a todos nosotros. Sus opiniones
deberían reflejar fielmente que conocemos y rechazamos la maldita corrupción.
Debería manifestarse en las encuestas,
indignación por el daño que la corrupción causa nuestras vidas cotidianas,
robando pupitres a nuestros hijos en las escuelas públicas, sustrayendo
medicamentos en los hospitales, agrietando paredes construidas con más arena
que cemento, tanto en los apartamenticos que inaugura el gobierno como en las
altas torres de un progreso que “blanquea muchas oscuridades”.
Las encuestas que analizo no dicen eso,
quizás porque a los encuestados se les despojó ya de la ética, el peor robo que
la corrupción perpetra, el que más daño hace como ejemplo de pérdida de valores
a los/as jóvenes dominicanos/as.
Nuestras conciencias están de nuevo
encallecidas. Un viento de tormenta sopla, como el ciclón de San Zenón en 1930,
sobre nuestra República.
Para evitar que nos arrase, como el otro,
los que aún mantenemos sensibilidad moral y anímica estamos en la trinchera. En
mis dos próximas entregas En Plural, intentaré provocar un aprendizaje
significativo colectivo sobre la corrupción, y las formas posibles de desmantelarla.
Es difícil. En España, acaban de condenar al juez Garsón por su
voluntad de sancionar un “lavado”. Aquí, a lo peor, intentaríamos lincharlo.
Es muy difícil. Pero en honor a ese
magistrado honorable vamos a intentarlo.
Santo Domingo, R.D., sábado, 11 de febrero
de 2012.

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