lunes, 12 de marzo de 2012

Balaguer, Bosch y Peña Gómez: ganar y perder


Juany Uribe

Balaguer, Bosch y Peña Gómez, alfabéticamente ordenados sus apellidos, fueron, indiscutiblemente, los tres líderes más importantes de la historia democrática nacional.

Asumiendo el poder tras la Guerra Constitucionalista, el régimen de Balaguer, en sus Doce Años, desapareció una juventud valiosa que no comulgaba con su gobierno. En 1978, con todos los recursos del poder, el dominio absoluto del Congreso, la Junta Central Electoral, la Suprema Corte de Justicia, la Cruzada de Amor, los Ayuntamientos y un control total de los organismos militares, el líder reformista perdió las elecciones, debiendo sus acólitos recurrir al vil expediente del Gacetazo para despojar al perredeísmo de cuatro senadurías legítimamente ganadas que, de haberlas dejado, hubieran hecho más vergonzosa para él la gran derrota que había recibido.

Doce años después, en 1990, Juan Bosch sería víctima de las truchimanerías reformistas cuando se le despojó del triunfo que había obtenido en los comicios del mismo año. Sabiendo él, sus seguidores y el pueblo lo que en realidad había pasado, Bosch continuó sus trabajos políticos y se sobrepuso con gallardía al injusto revés que había sufrido.

Joaquín Balaguer, Juan Bosch y José Francisco Peña  Gómez. 

En 1994 le tocó a José Francisco Peña Gómez ser la otra víctima del reformismo. Lo obvio de la trampa y las presiones nacionales e internacionales, le torcieron el brazo al anciano dirigente de los rojos que debió acceder a una modificación constitucional que redujo a dos años el ejercicio presidencial, no sin antes tratar de encantar al líder perredeísta para que ambos se repartieran el poder en dos años cada uno.

Peña Gómez, con extraordinaria valentía remontó la corriente y continuó al frente de su Partido hasta que la muerte se lo llevó en 1998.

Balaguer, Bosch y Peña supieron perder con dignidad porque eran políticos en el más amplio sentido de la palabra; no se dejaron abatir por los reveses propios de la actividad y, aunque se sabían víctimas de perversidades, no proyectaron resentimiento ni dejaron de ser competitivos Esa madurez del auténtico líder es la que hace falta a algunos dirigentes de la actualidad que no comprenden que en política las pérdidas son generalmente pasajeras y que de su actitud frente a ellas depende su futuro.

Simón Bolívar, el Libertador, decía que el arte de vencer se aprende en las derrotas que, innegablemente, siempre son amargas. Pero es difícil que la vida vaya de éxito en éxito, siempre se alternan éstos con alguna derrota.

Los caminos siguen ahí, lo que se necesita es coraje para volver a recorrerlos, paciencia para esperar y sabiduría para reconocer el momento oportuno. Perder una batalla no es perder la guerra. 

Santo Domingo, R.D., martes, 13 de marzo de 2012.



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