Pedro P.
Yermenos Forastieri
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Sería
faltar a la verdad afirmar que en el marco de la coyuntura política dominicana,
el cambio, entendido como lo que una legión de ciudadanos anhela, en el sentido
de un giro profundo en las características esenciales de un sistema agotado, no
es una posibilidad descartada.
El
escenario que se presenta es el de una irreversible polarización entre dos
fuerzas que, a partir de sus credenciales como conductoras del Estado, lo cual
han hecho en más de dos oportunidades, están descalificadas para persuadir al
electorado de que estarían en aptitud de transformar en el fondo un estado de
cosas de la que ninguna de las dos puede excluirse como responsable.
Nada
sustancial ha ocurrido a lo interno de ellas para que el electorado pueda
albergar con fundamento ilusiones de una enmienda significativa en relación con
lo que han sido sus ejecutorias precedentes.
Todo
lo contrario, si a juzgar vamos por quienes encabezan sus ofertas, los hábitos
electorales asumidos y las figuras que protagonizan sus ofensivas de mercadeo,
estamos condenados de forma irremisible, ante cualquier desenlace, a darle
continuidad a las esencias de un pasado causante de este presente lastimoso.
Es
ahí donde radica la tragedia dominicana. Nada ha faltado para que la población
estuviera decidida a encontrar nuevas fórmulas de conducción de su destino, aun
fuere asumiendo determinados riesgos y, pese a eso, se obstina, como colectivo
de masoquistas, a reincidir en respaldar a sus verdugos.
La
palabra cambio, asumida de forma intrépida por las dos posibilidades electorales,
suena a descaro, a burla, a mueca irritable sobre la tonta faz de un pueblo que
por ser sometido a ignorancia interesada, confunde esos gestos con una pócima
de expectativas que consume bajo la absurda premisa de que sus males curarán
por arte de magia.
De
esa manera se perfecciona el eterno círculo vicioso de la tragicomedia. Ahora
estamos en la fase eufórica, interesada e ingenua. A poco andar adviene el
desengaño y llegamos a jurar que será la última vez. Con cualquier tontería nos
re-ilusionan y de nuevo nos sumamos al carrusel de la falsía.
En
esas nos traen desde hace años, a lo cual han contribuido los que predican tener
consciencia de la situación y voluntad para enfrentarla, pero no han hecho más
que disgregarse en afanes de protagonismos y de egos inconducentes que, aun
desde otras vertientes, han terminado siendo versiones tenuemente diferenciadas
de los demonios que dicen enfrentar.
Santo Domingo, R.D., domingo, 15 de abril de 2012.
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