Chiqui Vicioso
Debo confesar que nunca he sido muy admiradora de la mal
llamada poesía erótica. Digo mal
llamada, porque toda buena poesía tiene un trasfondo erótico, entendiéndose por
Eros, una pulsación vital.
Recuerdo cuando la poeta Leda García visitó el país, durante
la Feria dedicada a Aída Cartagena Portalatin y sus poemas desataron la locura
de un joven que desde entonces la persiguió por toda la ciudad con propuestas
hasta de matrimonio. La recuerdo refugiándose en la humanidad de Graciela
Genta, poeta del Uruguay, como si fuera una escolar asustada, y nos recuerdo
muertas de la risa frente a esa inconsecuencia. Si usted agita las avispas, tiene que estar preparada para las
consecuencias.
Leda García, poetisa costarricense.
Recuerdo también que fue la primera vez que externé mi
reserva frente a la mal llamada poesía erótica, basada en la percepción de que
es una especie de hedonismo, una manera de autopromoverse, y he presenciado ya
suficientes lecturas de poetas eróticas, jugando a la seducción, algunas ya muy
mayorcitas, como para reafirmarme en mi concepto de lo erótico como algo que no
se anuncia, algo muy sutil, una
electricidad secreta que encuentra su eco donde tiene que encontrarlo.
Con estas aprehensiones asistí a la sesión de poesía
erótica que se organizó en Londres con las poetas Gioconda Belli y Melisa
Machado, del Uruguay. Gioconda comenzó
la lectura pidiendo excusas por leer un poema que a su madre no le gusta, y que
le había recomendado no leer. Luego se
reivindicó con un excelente poema, incluido en la Antología Mundial, donde hace
recomendaciones eróticas a un pintor amigo a punto de casarse.
Melisa Machado.
Luego le tocó el turno a Melisa, quien leyó de su poemario Rituales, unos
poemas que el crítico Aldo Mazzucchelli
presenta como de alguien que ha
superado la llamada “retórica de lo femenino”.
Poesía donde “lo femenino, a menudo construído por el otro genérico como
espacio permitido, debe reapropiarse en cada nueva práctica”, creando una
metafísica de la sensualidad. De ahí que no abunde lo emocional ni lo
exuberante en estos poemas, cuidadosamente construidos. Proceso que desemboca en un control de la
retórica, dotando su poesía de mitologización, alejamiento y grandiosidad”:
“Quédate conmigo, haz de mí un instrumento de tu fe”, entendiendo que desnudar
el texto (lo que predominaba en los 70
como “liberación”), solo conduce al tedio y a la “dictadura de las medianías”.
Poeta que entiende que “no existe sensorialidad alguna
sin concepto, ni palabra que no esté revestida de logos”, Melisa define
como ejercicio de la poesía el intento de despojarse de ese logos que
siempre significa domesticidad y pérdida de la experiencia original y única”.
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