lunes, 6 de agosto de 2012

Retrato de un tirano


Eduardo Álvarez 

Él mismo se tiene como el más diestro de los engañadores. Para asumir el papel supremo basta con mostrarse, a toda costa, claro, sereno y sutil. Se esconde detrás delas más sosegadas formas amables y sencillas. Lleva, consciente, la máscara de la decadencia. 

Lo ha contagiado todo con su estilo y conducta, promoviendo la hipocresía con tendencias anárquicas, a punto de caer en la más sórdida perversión de los valores morales y culturales. Dice una cosa y hace otra. Un monstrum in amino es ya un peligro general. Impulsos tiránicos cuyas fuerzas deben ser enfrentadas de igual forma, más vigorosas para desenmascarando al tirano. 

Hace provecho de las debilidades de poderosos para exaltarse. Sabe corromper el gusto burgués de una clase dominante poco cultivada en asuntos políticos. Es obvio, entonces, que se haya acostumbrado a sus deleites, llegando a competir con ellos. Costosa equivocación que los días por venir revelan con tristeza. Sorprende que estos sectores desconozcan u olviden este fenómeno, tan recurrente en todas partes y en diferentes épocas. 

Conociendo sus limitaciones, se explaya en una dialéctica que, aun carente de poesía, le da resultado. A falta de las armas, es la forma cómo preponderaran quienes la razón y fortuna no les sonrieron al nacer. 

Los golpes o, acaso, los prejuicios se apoderaran de su comportamiento. Para mandatarios como él, “las cosas honestas, como los hombres honrados, no llevan sus razones, tan al alcance de las manos”. Debemos a Nietzsche la explicación de tales deformaciones. 

Se plantea el reto de suprimir las autoridades políticas, sociales y morales que fortalecen las buenas costumbres y el estado de derecho. Donde no hay razones ni leyes que respetar, sino órdenes que atender –como ocurre en su mandato-, la decencia y la libertad escasean como muelas de garza. Sin embargo, en un régimen verdaderamente democrático donde se respeten todos los poderes los farsantes con careta de liberales pasan a ser unos payasos, histriónicos y despreciables. 

Harto probado en la actuación, haciendo el papel marcado por sus estrategas, reforzado por su original naturaleza apocada y sumisa, deja escapar la intolerancia reprimida, esta vez de una manera menos sutil. Somete a sus adversarios a demostrar que no son cretinos. Los enfurece y priva de las ayudas que el Estado prodiga. 

Y él, para compensarse, en su íntima condición, derrocha estos recursos, a pesar de no pertenecerle. Procura insultar y provocar a sus “molestosos rivales”, humillando, de pasada, a una caterva de pordioseros arrodillados en busca de ayuda. Si se realiza proveyendo y despojando estamos, por supuesto, ante el retrato de un tirano. No cabe duda. 

Santo Domingo, Rep. Dominicana, lunes, 06 de agosto de 2012. 

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