Eduardo Álvarez
Apiñados en el pasillo de un autobús de la OMSA, la ciudad se nos antoja surrealista. Nos movemos, a empujones, entre el “destino” que el pueblo “merece” y precariedades tan vitales, en el servicio de transporte colectivo, la energía eléctrica y la limpieza de las calles.
Diez pesos nos dan paso a un autobús verde con un intento de aire acondicionado, acaso insuficiente para el número de usuarios que entran y salen de parada en parada. El personal, bien entrenado, se muestra impotente. La unidad tarda en llegar, no por la marcha, moderada y prudente. Se trata de la baja oferta ante una demanda creciente.
Roces involuntarios entre lengüetas de agarraderas inútiles provocan inevitables empujones y codazos que la cortesía y sencillez del dominicano disimulan. Padres con hijos grandes en las piernas, enamorados despreocupados en medio del molote. Presumir que lo disfrutan no es ocioso.
Nunca falta quien se queje. “Esto es combinado con Hubiere”. Pregunto, simulando ignorancia: ¿Para qué? “Oh, para que esas guaguas destartaladas se llenen”.
Una madre embaraza entra reclamando un sillón rojo. No sé a qué se refiere, pero aún así no hay espacio para los formalismos. Se les hace imposible ponerse de pie a los que van sentados, acorralados por que los amontonados, agarrados de los tubos.
Leonel Fernandez e Ignacio Ditren, sentados en un autobus de la OMSA parecen disfrutar de la comodidad de su particular viaje.
Ignacio Ditren, genio, guía y mentor de este servicio, podría muy bien ocultar su identidad tras unas gafas oscuras, metido en una gorra del Licey y unas barbas postizas para montarse en una OMSA. Sufir todo esto le despejaría la menor duda. Pero no me parece que sus libritas de más puedan abrirse paso en medio de este caos.
Vivida la experiencia, con un alto sentido de justicia, reconocemos el esfuerzo de Ditren y la OMSA para ofrecer, dentro de las precariedades, un servicio que es la única y sostenida solución a la notable demanda de transporte público en el Gran Santo Domingo, urbe que agrupa a 4 millones de personas.
La demanda supera la oferta dos veces, por tanto debe ser duplicada. Su eficacia se reflejaría en el presupuesto familiar de miles de dominicanos, puntualidad en el trabajo, menos densidad en el tráfico de vehículo en calles y reduciría los noveles de contaminación ambiental [el gas natural se impone].
A las evidentes faltas de recursos, se nos ocurre proponer que el Estado subsidie a empresas privadas para aumentar la flota de autobuses en Santo Domingo y Santiago. Confortables y limpias, estas unidades privadas pueden cubrir las rutas de la OMSA, cobrando entre 25 y 50 pesos por pasajero, en vez de diez. Ya veremos a miles de usuarios que preferirán dejar sus carros en casa para irse en guagua. La mejor forma de ahorrarse stress y dinero.
Santo Domingo, R.D., lunes, 12 de julio de 2010
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