Islario //
Adrián Javier
Gusto de imaginar a mi admirado amigo Marcio Veloz Maggiolo (1936), ya anciano en su saber, apoltronado en una de las puertas antiquísimas de La Catedral, sentado en una silla de mimbre gigante; dispuesta para dar consejos o esclarecer misterios al más desprevenido.
Lo miro ahora, fijo-¿correría el octubre del 2060?- con la mirada lenta, pero como antaño escrutadora, sosteniendo un bastón de plata con la mano derecha, y con la izquierda, quizás –si la mirada del recuerdo no me engaña-, un manojo de cuartillas recién tintadas.
Y es que pienso que Marcio Veloz Maggiolo ha construido su vida letrada de remaches; puesto que ha compuesto su discutida eternidad, con los retazos lúdicos de una ciudad y un país que ya no existen. Aunque algunos boleristas de buen talante opinen que recordar es recobrar.
Si en Santo Domingo no hubiera desaparecido –de “hecho” mas no de “derecho”-, la otrora venerable figura de “Historiador de la Ciudad”, este título de cierta invocación nobiliaria, recaería con justicia y sin lugar a dudas en los hombros del acucioso arqueólogo y reconocido novelista.
Marcio pone a la ciudad en su sitio. Y fija la memoria de su vacilante fantasmática a través de la aventura y el denuedo de sus más abyectos prohijadores.
Siempre describiendo hombres, niños y mujeres comunes; universalizados en sus revoltijos domésticos. Diciéndonos, como quien no quiere la cosa, que la esencia de “lo real dominicano” sobrevive en la calle, en la querella. En la rumba melosa que goza la prieta, y en los indiscretos ojos urbanos que advierten su extravío; bajo esa extraña mezcla de dicha y tristeza que estructura su ser, y que a diario debate sus sueños de realización entre el ruido y el hacinamiento.
Veloz Maggiolo memoriza con gracia la épica de una ciudad que ya no existe. Perfila con destreza su entorno humano, pero reconoce sólo en los bordes la semejanza actual de su desquiciamiento.
Me atrevo a decir que quizás sin quererlo, el autor de “Los ángeles de hueso” (1966), y de “La fértil agonía del amor” (1981), nos revela lo podría preverse como el reverso secular de su propuesta escritural. Esta es; y deviene paradoja: que la ciudad de Santo Domingo, hoy día, por hostil, no está hecha para la memoria, sino para el olvido.
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