Editorial
El Nacional
El 46 aniversario de la segunda intervención militar de Estados Unidos a suelo patrio se conmemora hoy con mezcla de fervor y reflexión porque se trató de un irritable episodio histórico en el cual la nación más poderosa de la Tierra frustró con la bayoneta el anhelo de un pobre pueblo de recuperar su espacio democrático que esa misma potencia desmanteló dos años antes.
A las puertas del retorno a la constitucionalidad impulsada por la revuelta del 24 de abril de 1965, el presidente demócrata Lyndon B. Johnson ordenó que 42 mil tropas ingresaran a Santo Domingo para ahogar por la fuerza toda posibilidad de retorno a la Constitución democrática de 1963.
El derrocado presidente Juan Bosch denunció que el golpe de Estado contra su gobierno fue ordenado por Washington, tras descubrirse que sin conocimiento ni consentimiento de las autoridades dominicanas, en la frontera operaba un campamento militar que procuraba desestabilizar al gobierno de Haití.
Coronel Rafael Tomas Fernández
Dominguez / Prof. Juan Bosch
Un movimiento cívico militar se levantó contra el gobierno de facto del Triunvirato para exigir la reposición del profesor Bosch y de las autoridades legislativas electas en las elecciones del 20 de septiembre de 1962. Esa iniciativa patriótica fue malograda por la grosera intervención yanqui disfrazada como Fuerza Interamericana de Paz.
Cabe destacar que soldados y oficialidad leales a la democracia y la mejor expresión política y social del pueblo dominicano levantada en armas protagonizaron una de las más sublimes epopeyas patrias de las Américas, pues acorralados por el Ejército invasor en un reducido perímetro de la ciudad, resistieron con ahínco, sacrificio y valor hasta obligar al gendarme imperial a negociar una salida política a la guerra entre David y Goliat.
Juan Pablo Duarte, padre de la Patria.
A partir del 28 de abril de 1965, el mundo conoció y admiró a un pueblo con más ganas de morirse que de ser esclavo y supo el alcance de aquella proclama del padre de la nacionalidad de que Quisqueya será destruida, pero sierva de nuevo, jamás.
Por esa ignominia histórica, Estados Unidos pagó un elevado precio político y fue blanco del desprecio de una comunidad internacional que no salió del asombro que provocó la decisión de Washington de sembrar en el Caribe un nuevo Vietnam, bajo la infeliz justificación de que impediría una nueva Cuba.
Las generaciones presentes están compelidas a reverenciar a los patriotas que un día como hoy elevaron el decoro, la dignidad y la vergüenza nacional al más alto pedestal al enfrentar en combate desigual al más poderoso Ejército imperial que, como dijo el Poeta Nacional, exhibió su enorme poderío bélico “sólo por miedo”.
Santo Domingo, R.D., jueves, 28 de abril de 2011.
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