Fulgencio Espinal pertenece a un reducido grupo de dirigentes que combinan la práctica partidaria con el ejercicio intelectual, expresado en la escritura, específicamente de la historia política. Los hombres que intervienen en los sucesos políticos no siempre tienen a su alcance referir fiel y metódicamente los hechos en los que han tomado parte. Ni es tampoco responsabilidad suya, pues contar la historia con rigor y convencimiento de que se trata de una ciencia, es tarea de unos hombres y mujeres señalados para esa elevada función.
Para quien se haya involucrado en las luchas por los cambios sociales y políticos exigidos por cada momento histórico, resultará una tarea dura fungir de historiador de esos hechos, sin contaminar de sus intereses y pasiones el producto que ofrecerá al público. Fulgencio Espinal ha dedicado unos cincuenta años a la militancia por la democracia, a través del Partido Revolucionario Dominicano y ha vivido de cerca los avatares de esa organización en pro de las libertades del pueblo dominicano.
Pienso que producir los ensayos contenidos en el presente volumen ha resultado para Fulgencio Espinal fácil y complicado a la vez. La facilidad viene dada en el hecho de que constituyen vivencias del autor los hechos aquí contados e interpretados. Lo difícil se centra en el logro de la objetividad plena, cuando se ha sido parte activa en un determinado proceso.
Los historiadores, cuando pretenden para esta ciencia la frialdad de las ciencias exactas, desdeñan la intrahistoria. Quizás porque no se sustenta en pruebas documentales y se le trata despectivamente como anécdota. La intrahistoria se alimenta a veces de menudencias, de hechos pequeños que no siempre trascienden.
La desventura de la anécdota no se queda sólo entre los cientistas sociales, pues hay corrientes en la literatura de ficción que pretenden prescindir de ella para referir hechos imaginarios y narraciones literarias que no cuenten, sino sugieran.
Las anécdotas suelen ser vitales para definir el carácter de los hombres públicos, protagonistas de los hechos que constituyen la historia. En algunos hombres, la intrahistoria, o esos detalles menores de la historia, se tornaron en cuestiones fundamentales.
Por ejemplo, que Jesús haya dicho “Tengo sed”, durante su agonía en la cruz es un elemento de intrahistoria que se trueca en clave y se cuenta entre las siete expresiones que el Nazareno pronunció en aquellos aciagos momentos. ¿Cuántas veces hemos dicho los humanos tengo sed? ¿Miles? ¿Quién sabe? Son incontables.
Debió ser parte de la intrahistoria de Jesús que haya sentido sed y más aún que un soldado le brindara agua avinagrada, de su reserva personal, sabiendo que ese hombre estaba acusado de atentar contra el poder del César. Quizá la intrahistoria merezca menos crédito porque procede de declarantes que no siempre aportan pruebas, pues la mayoría de las veces fueron testigos de excepción.
La dificultad que pudo confrontar Fulgencio Espinal para este trabajo no debió ser otra que la presencia del sentimiento, que en ocasiones brota con calificaciones y expresiones cargadas de connotación, hasta por la colocación de comillas, por ejemplo en la palabra “moderado”, para referirse a los adeptos de una de las corrientes suscitadas entre los perredeístas después del golpe de Estado contra el Presidente Juan Bosch.
Fulgencio Espinal es el historiador del PRD por excelencia. Ha publicado “Breve Historia del PRD”, “Imágenes de José Francisco”, “Estudio de la Historia Patria” y “Peña Gómez: apuntes de la revolución”. Ahora presenta “El Viejo Roble y el Pino Nuevo”, compuesto por los ensayo “Virgilio Mainardi Reyna y José Francisco Peña Gómez: Tácticas distantes y estrategia común” y una serie de crónicas basadas en conversaciones con el político santiaguense, que revelan detalles valiosos sobre la historia de las luchas por la democracia y al mismo tiempo plasman detenidamente la fisonomía moral y política de un hombre –Mainardi- que aún no ha sido dimensionado justamente.
Esta experiencia, unida a su formación profesional de comunicador social, y a su participación en los trajines del PRD para el establecimiento de la democracia en la República Dominicana, han dotado a Espinal de una autoridad para reseñar la historia de esa organización con irrefutable sabiduría, a pesar, como he dicho antes, de que aderece su trabajo con gotitas de sentimiento y su inocultable marca ideológica.
El PRD tiene historia y pre-historia. Juan Isidro Jiménes Grullón y Ángel Miolán son las figuras clave de la pre historia. Pero Miolán seguiría mucho más allá hasta convertirse en el héroe de la primera victoria electoral de 1962, a sólo meses de sepultado el tirano Trujillo. Pero hay que hablar de Mainardi, en cuya casa se fundó el PRD en 1939 y que extendió su militancia hasta la hora de su muerte.
Tras el derrocamiento del gobierno constitucional surgido de la voluntad del pueblo, el Presidente Juan Bosch y el magnífico organizador perredeísta, Miolán, abandonaron el país. Entonces otros viejos robles asumieron la lucha frente al gobierno de facto del triunvirato. Virgilio Mainardi Reyna y Máximo Ares destacaron entre los dirigentes de ese momento.
Una diferencia de criterio con Mainardi respecto a las estrategias a emplear para combatir al triunvirato, mereció la calificación de “pino nuevo” al joven dirigente José Francisco Peña Gómez. En ese momento se movían dos corrientes a lo interno del PRD con diferencias de tácticas en el objetivo de reponer a Juan Bosch en el poder.
En 1966, tras la derrota electoral, con el PRD acéfalo por la salida del líder Bosch y de Miolán, Peña Gómez asumió la secretaría general y en sus palabras proclamó “ya no soy un pino nuevo” y pidió a los delegados a la Convención Nacional designar al “viejo roble” Virgilio Mainardi Reyna como subsecretario general.
Este hecho no puede juzgarse como un pormenor aislado. El entonces dirigente juvenil Fulgencio Espinal fue testigo presencial y –parafraseando al evangelista Lucas- “observaba estos hechos y los guardaba en el corazón”. De ahí surge la esencia de esta obra.
La historia se escribe así. Es una mixtura de los grandes y de los pequeños. Cada detalle es importante. Fulgencio Espinal no ha perdido de vista este elemento y ha producido estos reveladores relatos que vienen a fortalecer la historia de la democracia dominicana, bajo el amparo de la sentencia ciceroniana que reza: “La historia es luz de la verdad y maestra de la vida”. (18 de septiembre de 2010)
Santo Domingo, R.D., jueves, 25 de agosto de 2011.
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