Carlos Marx falló en su pronóstico del colapso inminente del capitalismo. Tampoco imaginó que los experimentos con el comunismo fracasarían como sucedió en Rusia y China para nombrar dos casos importantes.
Esto, sin embargo, no debe ser motivo para desdeñar el argumento sobre las contradicciones inherentes del capitalismo y las crisis que derivan de su funcionamiento. En la crítica al sistema capitalista no hay reemplazo teórico al marxismo.
Los proponentes del capitalismo plantean que es un sistema económico de alta racionalidad, que se fundamenta en la libertad de la fuerza de trabajo que se cotiza en salarios, los empresarios planifican y calculan para triunfar en la competencia, y el Estado es garante del funcionamiento mediante un sistema de incentivos y requerimientos.
Dentro de esta concepción, los más aptos se benefician por una ley fundamental del sistema capitalista: la competencia y la competitividad; mientras la “mano invisible” garantiza la igualdad de oportunidades y el bienestar de todos los dispuestos a participar con su esfuerzo.
El marxismo ha criticado insistentemente esa versión clásica e idílica del capitalismo. Resalta por el contrario la explotación y la expoliación como características esenciales del sistema. Desde esta perspectiva, la competencia no promueve la igualdad ni la mejoría porque la mano de obra es explotada, y la competitividad opera en beneficio de los más poderosos en el intercambio económico.
En la realidad, el sistema capitalista tiene elementos de ambas perspectivas. Es un sistema que se fundamenta en la racionalidad competitiva y requiere de leyes que garanticen la competitividad entre los agentes económicos como ha postulado el liberalismo clásico. Pero también es un sistema de explotación y expoliación como ha planteado el marxismo, y aquí entra la especulación.
Cuando el presidente Leonel Fernández se queja de la especulación en los precios del petróleo y los alimentos, y plantea la necesidad de una campaña internacional contra los altos precios, participa de la retórica neopopulista, pero sus aprestos no pasan del plano retórico.
Primero, ni el presidente Fernández ni la República Dominicana tienen fuerza internacional para ser interlocutores válidos en una cruzada mundial contra la especulación capitalista.
Segundo, el presidente Fernández no ha tomado medidas importantes en República Dominicana para frenar la especulación. Por ejemplo, si los precios de los alimentos importados son altos, esta sería una situación muy favorable para promover la producción doméstica, ya que los productores locales no tendrían que competir con productores externos que puedan inundar el mercado dominicano de productos baratos.
Tercero, el sistema capitalista siempre encuentra en algún sector de la economía la forma de acumulación rápida y magnificada. En años anteriores, el llamado boom del sector vivienda ofreció esas posibilidades, pero todos los booms terminan, y el de la vivienda concluyó con la crisis financiera que explotó en Estados Unidos en el año 2007.
La política de devaluación del dólar que ha impulsado el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos para enfrentar la crisis económica norteamericana, unida a la creciente demanda de petróleo y alimentos en el mundo, son las razones principales del aumento de los precios en esos renglones. Estas condiciones crean también una situación favorable para la especulación porque los inversionistas cotizan caros en las bolsas de valores los precios futuros de esos productos.
Para que los precios bajen, Estados Unidos tendría que hacer más restrictiva su política monetaria para revaluar el dólar y los productores tendrían que producir más para satisfacer a menores precios la demanda mundial.
La especulación capitalista no se frena con discursos sino con acciones concretas.
Santo Domingo, R.D., miércoles, 21 de septiembre de 2011.
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