Bonaparte Gautreaux Piñeyro
Cuando construyeron el muelle actual de
Barahona, una draga martirizó el sueño de todos durante varios años.
El sonido constante del pum pum, y paro de
contar, del motor de aquel equipo que transformó la playa del pueblo, creó
varias islas de corta vida a lo lejos, en el centro de la bahía de Neiba y
modificó el perfil de la ribera marítima, se convirtió en una tortura, durante
los primeros días, semanas.
Luego, el ser humano parece que se
acostumbra hasta a lo malo. De uno y otro modo nos acotejamos, nos acomodamos a
situaciones que si nos dieran a escoger no seleccionaríamos.
Dormíamos como si el ruido no estuviera
omnipresente, pero sabíamos que existía, lo escuchábamos, lo palpábamos, lo
sufríamos, lo rechazábamos.
Aquel ruido se impuso de tal modo que
cuando por cualquier circunstancia la maquinaria se detenía, fuera para
reparación o mantenimiento, hacía falta escuchar el pum pum.
Aún así, no pudieron acostumbrarnos.
Cuando la draga terminó su trabajo el
pueblo sintió un gran alivio porque surgió el muelle nuevo, como un barco largo
y estrecho que se posó en el mar.
A pesar de los desaguisados cometidos por
autoridades y por gobernados, no han logrado acostumbrarnos a la falta de
gestión de los gobernantes a favor del respeto a los derechos de los
ciudadanos.
Me refiero a la garantía de derechos tan
sencillos como el tránsito seguro y confiable por una acera cualquiera.
Recuerdo aquella mañana que papá llegó a
casa con el pantalón roto, sangrando de la pierna derecha y, con la burla de
siempre, refirió que volteó a ver una chica que pasaba a su lado y no se
percató de que alguien había robado la tapa del medidor del consumo de agua e
introdujo la extremidad en el hueco.
Eso se quedó así, como los casos de no sé
cuántas personas que han resbalado con una cáscara de guineo y han descubierto
la crisma luego de descalabrarse.
Mi amigo, el Ciudadano del Mundo, dice que
en este país nuestro somos sobrevivientes de la tercera guerra mundial, aún
cuando no se haya peleado.
¡Líbreme Dios! de que cualquier aguacero
moje los alambres del teléfono, la casa se queda sin el servicio, quienes
usamos el Internet salimos del mundo y
hay que buscar desde donde llamar para reclamar la reposición del mismo.
Y no hay ni siquiera la presentación de una
excusa por el deservicio que pagamos religiosamente. Realmente estamos
permitiendo que cualquiera nos ningunee.
Vivimos en un país donde los servicios por
los que pagamos son malos y nuestros reclamos son recibidos como quien ve
llover.
¿Habremos perdido la capacidad de
protestar?
Santo Domingo, R.D., sábado, 04 de febrero
de 2012.
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