JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Gustave Flaubert (1821-1880) el revolucionario de la
novela que combinó el realismo crítico con la perfección del estilo y la
profundidad psicológica, quien fuese llevado ante los tribunales acusado de
inmoral por la crudeza de su famosa novela “Madame Bovary”, afirmaba que “En la
vida no hay que temer a las grandes desgracias, sino a las pequeñas”. Es decir, no nos hundimos por
los grandes infortunios y desilusiones monumentales, sino que “vamos
languideciendo por nuestras ininterrumpidas desesperanzas”, (en palabras del
erudito español Martín Alonso).
No es tiempo de desesperanzas.
Ni de impaciencias.
Repetidamente he escrito y publicado que un Presidente de
la República, o un mandatario de alto nivel no puede hacer lo que quiere, lo
que estima justo y hasta urgente, si es que quiere cuidar su posición para
disponer de tiempo para hacer lo justo.
Juan Bosch. Detrás (a su izq.) el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.
Juan Bosch, terco reverenciable por su honestidad,
maestro de teoría política, no pudo luchar contra sí mismo y aplicar las aconsejables técnicas –de remota data– para
mantenerse en el poder e ir modificando el Gobierno, la maquinaria estatal, con
la cautela y prudencia que éstas requieren.
Tengo la impresión de que el presidente Medina comprende
que para ser fiel al pensamiento de Bosch, debe servirlo, siendo prudente,
cauto, con sentido de lo que permite un proceso de transformaciones que siempre
perjudican en algún grado a los poderosos.
Retornando a Flaubert, ¿cuáles son o pueden ser ahora,
aquí, las “grandes desgracias”, y cuáles las “pequeñas”?
Todas son grandes en este momento.
La medicina está en la prudencia, en el mantenimiento de
un ritmo curativo sin prisa ni pausa, en el cual, realmente, no existan “vacas
sagradas”, y al respecto quiero referir una experiencia personal en la India.
Las vacas sagradas, a las cuales se les reverencia por razones religiosas
tradicionales, se paseaban por los mercados de Bombay (fin de los años sesenta
-no sé si aún-) sin reparar que aplastaban frutos y otros productos colocados
en el suelo sobre papeles, cartones o alfombrillas. Pude notar que los
mercaderes, discretamente, empujaban los sagrados animales con los pies,
alejándolos de su frágil mercadería, con una inocultable actitud airada,
enmascarada con una leve sonrisa inconvincente.
Algo así necesitamos hacer.
Nuestras sagradas vacas políticas ya están bien nutridas
y pueden irse a descansar de inquietudes e intrigas naturales de su posición.
¿Puede uno transportarse en más de un vehículo, sentarse
en dos asientos a la vez, comer siete veces al día, satisfacer a múltiples
“queridas”, beber vinos y licores sin límite, usar varios costosos trajes al
mismo tiempo, y que eso realmente sea placentero? Bernard Shaw lo negaba,
aduciendo que la cotidianidad borraba el disfrute. Yo también lo creo.
Es necesario mantenerse firme en el rígido control de
esos disfrutes desorbitados, de tan alto costo para la población que los paga
sin enterarse.
Y mantener un
ritmo lógico, moral y estable en las correcciones.
Santo Domingo, R.D., sábado, 25 de agosto de 2012.
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