ANDRÉS L. MATEO
Durante la campaña electoral Danilo Medina visitó a Dilma
Rousseff, la presidenta de Brasil, y su imagen se hizo familiar entre nosotros.
Parecía que desde la estrategia de la comunicación congraciarse con ella
significaría asumir su modelo de acción pública. Si es así, es importante que
los dominicanos sepan lo que está ocurriendo hoy en el Brasil, porque el
ejemplo de Dilma Rousseff frente a la corrupción ha privilegiado el bien común, y ella misma,
como jefa de Estado, ha colocado por encima de la militancia partidaria sus
responsabilidades como gobernante.
Hace unos días se inició lo que la prensa brasileña ha
denominado “el juicio del siglo”, un espectacular despliegue de la justicia
para establecer los grados de culpabilidad a los 38 acusados, altos dirigentes
del Partido del Trabajo, el partido oficial;
quienes tejieron una red de corrupción
conocida como “El mensalao”, que era una paga mensual a diputados a
cambio de apoyo congresual. Se trataba
de un esquema de desvío de dinero público para pago de sobornos, en el
que se involucraron figuras relevantes
del gobierno del Partido del Trabajo, como José Dirceu ex ministro de la
presidencia del gobierno de Lula. El caso es considerado “el más atrevido y
escandaloso hecho de corrupción y desvío de dinero público descubierto en
Brasil”, y sus resultados son cruciales para una sociedad como la brasileña, en
cuyo seno la corrupción de los funcionarios públicos era vista como “algo
natural”.
Dilma Rousseff.
Diferente a Lula, Dilma Rousseff ha mostrado
determinación para enfrentar la corrupción dentro de su mismo partido, sin
importarle la dimensión de los personajes de la estructura de poder que la
sustenta, y el año pasado seis ministros de su gabinete se vieron obligados a
renunciar por denuncia pública de corrupción, y tres de ellos están sometidos a
los tribunales. Esa es la única forma de quebrar el predominio de los grupos
políticos que persiguen el poder armados de la ideología patrimonialista del
Estado. Práctica que ha sido común, históricamente, al Partido reformista, al
PRD y al PLD, que han gobernado después de la muerte de Trujillo.
¿Es éste el modelo de gobernante que Danilo Medina nos
quiso vender en la campaña, exhibiéndose al lado de Dilma Rousseff? ¿No es
asumiéndola como un valor de paradigma que la imagen de la presidenta del
Brasil interactuó con nosotros en la campaña? ¿No son sus actos contra los
corruptos de su propio partido los que
el pueblo dominicano espera que Danilo reproduzca aquí contra los corruptos del suyo?
Poco a poco, sin embargo, el Danilo Medina que nos
restregó en los ojos a Dilma Rousseff durante la campaña se va alejando de su
modelo. Muchos de sus ministros deberían estar encarpetados en un “juicio del
siglo”, y en cambio, en su mayoría han sido ratificados. Por ello,
los aspavientos contra la corrupción parecen diluirse en los aguajes
propios de búsqueda de la legitimidad para imponer un paquete fiscal que
aumente los impuestos. Y la fuerza del partido actúa como manto protector que
permite que funcionarios altos, medios y
pequeños, se apropien de un porcentaje de la riqueza social. En nuestro país
este porcentaje alcanza cerca del 4% del PIB.
Danilo Medina.
Lo que asombra verdaderamente es la visión tan aldeana del Estado que a la
altura del siglo XXI se tiene, porque esa ideología conchoprimesca subsiste
íntegramente, y los corruptos son tan recurrentes en la vida institucional
dominicana, que el sentido común ha terminado por coexistir con ellos como algo
natural. Si Danilo Medina no tiene suficiente coraje para enfrentarse a esta
realidad, y la troica partidaria lo domina,
no debió haber asumido el modelo de Dilma Rousseff, quien, como él
mismo, fue beneficiaria de la corrupción de sus conmilitones, pero a la hora de
juzgarla se ha enfrentado a los “santos varones” de la dirección del partido.
El gobierno apenas comienza y uno ya siente que la
corrupción ha quedado intacta en el centro mismo del Estado. Y está ahí, burlándose de todos
nosotros, con su hocico de perra, su baba de perra y sus
lúgubres ojos de perra.
Santo Domingo, R.D., jueves, 30 de agosto de 2012.
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