martes, 7 de agosto de 2012

Rostros de la indigencia


Tahira Vargas

“Yo me levanto a las cinco de la mañana, porque ya a esa hora no puedo seguir durmiendo pues los carros comienzan a pitar y a hacer ruido y yo duermo aquí debajo del elevado. Cuando me levanto salgo a buscar que comer. Visito las cafeterías, comedores, a ver si alguien me da algo. Me paso el día y la noche pidiendo en las calles. Lo que consigo es para comer, no da para más nada. No tengo ropa. Fíjate lo que tengo puesto, es la única ropa que tengo, cuando ya tengo un mes con ella, se ensucia y tengo que votarla. Con lo que tenga a mano voy a la Duarte y compro en una paca por 100 pesos otra ropa. Así vivo”.

Este relato es parte  de una historia de vida que hicimos a una señora de 45 años que vive en situación de calle. Su edad es 45 años, pero realmente tiene una apariencia de 65-70 años y ella está consciente de ello. Ella me dice, ¿que edad crees que tengo? ¿Verdad que parezco una vieja de 70 años?

Adentrarse en la cotidianidad de las personas que viven en la indigencia y que no tienen viviendas sino que viven en la calle, supone una ruptura con las lógicas sociales en las que el indigente se percibe como “peligroso” o como “demente”. Estas expresiones son distorsiones de la realidad.

Muchos/as indigentes se encuentran deambulando en las calles, callejones, parques durmiendo en cartones, pedazos de colchones que recogen en los basureros, plásticos y telas. Estas personas viven en la calle porque no tienen donde vivir, han perdido sus viviendas.

La pérdida de sus viviendas y sus medios de subsistencia está vinculada a: crecimiento de la pobreza, desempleo, abandono del campo, cierre de empresas, zonas francas, industrias y comercios. Algunos casos están vinculados a consumo de drogas.

Las personas que son indigentes o en pobreza extrema pueden pasarse varios días sin ingerir ningún alimento porque dependen de lo que aparezca. A veces los alimentos que ingieren son los que recogen de los safacones de la basura o los que la gente deja en  restaurantes y comedores.

Las personas indigentes viven muchas situaciones de violencia, discriminación, humillación, abusos sexuales y policiales.

“¿Abusos? a cada rato. Me insultan,  me empujan, me pegan y me mandan a trabajar, ¿a donde voy a trabajar? Hace dos años perdí el trabajo que tenía. Recojo basura y la vendo. La policía me da golpes por verme”.

Los relatos de las situaciones de violencia y discriminación forman parte de su cotidianidad. El rechazo y discriminación hacia los/as indigentes se extiende a comercios, cafeterías, vehículos, semáforos, calles y parques. Los agentes policiales se suman a la lista de abusos y se convierten en uno de los principales actores que ejerce cotidianamente violencia hacia las personas indigentes.

Los/as indigentes son parte de los rostros crudos y dramáticos de la pobreza extrema que se hace presente en muchas comunidades rurales y urbano-marginales de las distintas provincias del país.

La pobreza no se erradica con la eliminación física  ni con el ocultamiento de los pobres para que “no se vean”. La pobreza se erradica con políticas sociales de inversión en educación,  creación de fuentes de empleos y acceso equitativo a oportunidades de desarrollo humano para toda la población. (La autora es antropóloga social)

Santo Domingo, R.D., 07 de agosto de 2012.

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