TONY RAFUL
La democracia es alternancia. La regla de oro del sistema
democrático de representación es la posibilidad consagrada del cambio. Un
partido puede ganar elecciones por varios períodos pero no debe gobernar de
manera permanente un país. Cuando en una nación el sistema de partido se
deteriora en tal forma que se hace imposible desplazar de la dirección del
Estado a una organización política, se produce lo que algunos politólogos
denominan dictadura de un partido.
En México, después de la revolución de 1910 y en transito
democrático de ejercicio del poder, el Partido Revolucionario Institucional,
gobernó de manera indefinida reeligiéndose como partido, gracias a los recursos
inmensos del poder político y a la incapacidad e insuficiencia opositora. Mario
Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta” al predominio absoluto del PRI
mexicano. Pero la responsabilidad mayor no necesariamente es del partido que se
reelige sino del que pierde una y otra vez. ¿Por qué pierde? Porque carece de
visión política, de prudencia, de suficiente unidad motora, porque su liderazgo
decrece y porque no tiene espíritu de cuerpo. El Partido Reformista y el
Presidente Balaguer se reelegían cada cuatro años contra viento y marea. Ese
fenómeno reeleccionista pudo ser detenido cuando el PRD cambió de táctica
política, cuando aceptó el reto de participar en elecciones a contrapelo de
todas las maniobras fraudulentas conocidas y representó una modalidad de cambio
sustentada en ofertas viables, en una visión programática superior a los que
detentaban el gobierno.
Uno delos errores garrafales ha sido combatir los
gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana, sin diferenciarse en lo
esencial ni creando un alternativa social integradora. Segmentos electorales
importantes sobre todo de clase media tienen ojeriza al PRD por cuanto se han
sentido defraudados de sus gestiones de gobierno, entre otras cosas por los
espectáculos de división, grupismo y manejo inadecuado de las políticas
económicas, sin afinidad con las ideas centrales de la ideología social
demócrata. Los que gobiernan tienen sin dudas los mismos problemas pero no lo
publicitan ni los asumen como tareas de diferenciación partidaria, tienen una
solidaridad de sobrevivencia que ha dado resultados. En el PRD no tuvimos
desgraciadamente una designación del liderazgo sucesoral después de la muerte
de José Francisco Peña Gómez, como lo tuvo el PLD, con Leonel Fernández después
de Juan Bosch. El diputado Cristian Paredes, quien acaba de dimitir del PRD, ha
señalado que lo hace porque está harto de las luchas internas. Aunque el
argumento parece superficial y puede esconder otros motivos, no carece de
fuerza convincente. Miles de militantes y simpatizantes están hartos de la
lucha interna y no le ven a los conflictos solución en lo inmediato.
Nadie puede vivir peleando consigo mismo todo el tiempo
sin cosechar la destrucción de su propio organismo. Una cosa son las naturales
y necesarias contradicciones que se desarrollan en los enfoques y análisis de
perspectivas, y otra es la acérrima voluntad autodestructiva, la anomalía de
preferir que el partido se hunda antes que permitir la principalía de un sector
adverso. Si hubiese razones ideológicas, uno entendería los apegos y la firmeza
de los enfrentamientos, pero salvo en 1973, cuando las diferencias en el PRD
involucraron algunos asuntos de principio y provocaron la fatal división entre
Bosch y Peña Gómez, no he visto en toda mi vida que me he pasado en este
partido desde los 19 años de edad, nada que obligue o apuntale el tipo de
agrietamiento que ha vivido la organización de manera casi permanente.
Hipólito Mejia / Miguel Vargas.
Ninguna diferencia ha sido importante y por lo general se
resume a luchas y ambiciones individuales que arrastran a los militantes,
provocando el distanciamiento con la masa de votantes. El PRD es un partido de
fuerte arraigo emocional en la población, porque la lucha por la democracia y
la libertad ha estado dirigida por sus líderes fundacionales (Bosch, Peña
Gómez). Un partido de mística no de conciencia, pero la mística es un activo
poderoso de atracción y fidelidad, por ello el perredeísmo se transmite en la
sangre, de generaciones en generaciones. Pero no basta la mística para
gobernar, se necesita la organización de las ideas, la concreción del
pensamiento, la capacidad de comprensión de una sociedad y sus requerimientos
actuales, acogotada como se encuentra en medio de una crisis de valores y de
sueños.
Santo Domingo, R.D., martes, 04 de septiembre de 2012.
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