Pedro
P. Yermenos Forastieri
Una de las explicaciones
fundamentales del subdesarrollo es el intento permanente por abordar las
problemáticas desde perspectivas equivocadas, como mecanismo de no enfrentar,
por carencias de aptitudes, las causales esenciales de las mismas. Eso, que se
manifiesta en las personas en términos individuales, también se expresa a nivel
de las naciones. Se trata de los inconscientes recursos de defensa para tranquilizar
conciencias perturbadas.
En ese transitar por una ruta
inconducente, los países del tercer mundo se empeñan por dotarse o por
modificar un excesivo paquete legislativo, sin importarles para nada que venga
a sumarse a un conjunto de normativas que apenas sirve para embadurnar
cuartillas que se aplican con exclusividad a los mismos desafortunados de
siempre. Son como las armas que algunas personas exhiben para simular una
valentía que sirve de escudo para ocultar cobardías y temores.
La historia dominicana es, entre
otras cosas, la narración del surgimiento de cientos y cientos de leyes y
enmiendas que de haberse aplicado en una apreciable proporción fuéramos la
democracia más sólida del universo. Nada de eso ha resultado suficiente para hacernos
comprender que por ahí no ha debido andar la búsqueda de soluciones a nuestros
males ancestrales porque, pese al fracaso del experimento, continuamos
obstinados en idénticas recetas.
El tópico del momento refiere al
código del menor y, en un nuevo análisis errático de la temática, nos estamos
auto engañando y creyéndonos que con un incremento de las penas vamos a
contribuir a una disminución de la criminalidad en la población menor de edad.
El remedio me parece similar al de
los padres que, sin detenerse en las causas que están determinando el comportamiento
inadecuado de sus hijos, empiezan quitándoles el televisor por 15 minutos. Como
el castigo no funciona, se sumergen en un proceso de aumento del tiempo del
castigo hasta que deben quitar el aparato para siempre y aun así los hijos reiteran
sus inconductas.
En ambas circunstancias se han
combatido las consecuencias, no las causas, y por eso, el problema no solo
persiste, sino que aumenta. Mientras esta sociedad no aborde las razones
profundas que la han arrojado por una pendiente desenfrenada de inseguridad,
que no son otras que las que propician un entorno social inequitativo,
desigual, sin respuestas a las necesidades de oportunidades de sus integrantes,
estará perdida en los esfuerzos por hacer de este medio territorio insular un
lugar propicio para una convivencia más o menos civilizada.
Santo Domingo, R.D., sábado, 22 de
septiembre de 2012.
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