JULIO CURY
Las más recientes declaraciones del ex presidente
Fernández, marcando distancia del gigantesco déficit fiscal consolidado, no
pudieron ser más penosas. Pareciera que desconoce el valor de la responsabilidad
en el plano moral, aunque a muchos le asalta la duda de que esté reubicándose
en la mirilla pública bajo el supuesto de que no se siente cómodo en el segundo
plano al que ha sido relegado por Danilo Medina.
Dar de qué hablar puede ser su prioridad, pero debe saber
que todos no somos tan tontos para pasar por alto que esta vez se despachó con
un soberbio embuste. Ignoro si esta desafortunada intervención suya tenga
relación con el rimero de títulos recibidos de manos de quienes ni siquiera lo
conocen, pues no se descarta que le hayan insuflado el ego a tal punto que
creerse que lo hizo bien.
Y si de verdad se traga esa píldora, entonces no soy yo
quien necesita tratarse del trauma conocido como disociación. Ojalá que las
infraestructuras con aspiración a “Nueva York chiquito” no tengan que ver, pues
de nada vale una nevera de acero inoxidable de última generación, comprada a
sobreprecio, si su dueño carece de dinero para llenarla de embutidos,
vegetales, leche y jugos.
Vincular la
crisis bancaria del 2003 con esta debacle presupuestaria, es un vano esfuerzo
por lavarse la culpa que remeda al inefable Pilatos en el evangelio de Mateo. Y
que no me digan que en los últimos 8 años el ex mandatario viajó medio mundo
para asegurar la paz del Medio Oriente y comprar planchas metálicas con que
blindar nuestra economía. A decir verdad, salirnos de nuevo con que Hipólito y
Ramoncito son los culpables, es el peor cuento infantil que jamás he escuchado.
Un amigo me dijo que el señor Fernández necesita irse de retiro a Cabo Engaño,
y yo pregunto por qué lo habrá dicho.
Santo Domingo, R.D., miércoles, 17 de octubre de 2012.
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