viernes, 19 de octubre de 2012

Hay que buscar otras opiniones



Por ELSA PEÑA NADAL

A veces un diagnóstico médico puede cambiar la vida de una persona y la de su entorno familiar, al dejar al descubierto el padecimiento de una enfermedad devastadora que requiere de muchos recursos económicos; de cuidados médicos especializados; de medicamentos de alto costo y del constante soporte emocional para todos los involucrados.

Puede ser el diagnóstico de una enfermedad de las catalogadas como raras o catastróficas el resultado de una prueba de paternidad que no reporta lo que se esperaba de ella. Ya vimos en la prensa cómo un error en un examen de este tipo destruyó a una familia completa.

En todo caso, la falta de información, los prejuicios y tabúes sociales ante algunas enfermedades así como la no cobertura de éstas de parte de las aseguradoras y un deficiente sistema de salud pública, contribuyen a magnificar el problema.

Y entonces viene el desplome emocional, la carga de estrés, la depresión y los conflictos familiares, contribuyendo a potencializar la enfermedad en cuestión.

Ahora bien, hay que tomar en cuenta que un diagnóstico puede ser el resultado de una equivocación por accidente, mala práctica o, aunque parezca imposible, por la corrupción y la falta de ética profesional que han arropado a todos los estamentos de la sociedad, incluidos ciertos profesionales de la salud.

Todo un tinglado de complicidades, engrasado por un afán de lucro desmedido, está funcionando por igual en hospitales públicos y en prestigiosos centros médicos privados, con la complicidad de propietarios y de médicos, los cuales han desechado el Juramento Hipocrático en el mismo zafacón de basura en donde otros tiraron nuestra Carta Magna.

Han impuesto -aunque con honrosas excepciones—un sistema de malas prácticas y artimañas en perjuicio de los pacientes, indicándoles baterías de análisis, de medicamentos y de terapias, innecesarios en la mayoría de los casos, para de esta forma recibir comisiones de laboratorios, farmacéuticas y suplidoras de insumos clínicos.

Una consulta implica el pago doble y triple de la misma, pues se paga cuando se visita al galeno por primera vez; cuando le llevan los resultados de los análisis y cuando agregan nuevos análisis. Y en el peor de los casos, hasta recibe el paciente un diagnóstico falso.

Tres ejemplos de esto, son los siguientes: Una joven ginecóloga con su consultorio en una reconocida clínica privada de la avenida Independencia, en esta capital, a quien acudía hacerme análisis semestrales de rutina en vista de que mi doctora estaba fuera del país, me dijo en la segunda visita que el papanicolaou había reportado células cancerígenas y que yo debía someterme a un nuevo análisis “para estar seguras” .

Entré en sospecha cuando supe del alto costo del estudio sugerido y porque no pudieron entregarme, al solicitarlo, el “extraviado” resultado del papanicolaou donde apareció la supuesta patología cancerígena.

Procedí entonces a realizarme, en otro centro médico, un nuevo papanicolaou pero esta vez con un sistema moderno que no deja margen de dudas. El resultado fue que yo estaba completamente bien.

Al explicarle al ginecólogo la razón por la que me hice ese estudio, y sin mencionarle el nombre de la doctora, me dijo muy seri "Aunque los bomberos no se pisan entre sí la manguera, le diré que ese colega le quería hacer a usted “un tumbe”; váyase tranquila y vuelva a su chequeo el año que viene”.

Lo único que hice en esa ocasión -porque hace tiempo que depuse las armas- fue mandarle por fax a la doctora el resultado de mi ultima prueba, escribiéndole al borde de abaj ”Doctora, saque mi record de sus archivos y bótelo. Qué Dios la bendiga y prospere en abundancia”.

Segundo cas Durante mi último viaje a Miami pasé mucho tiempo ante la computadora tratando de avanzar en mi libro y, entre otras cosas, respondiendo varios cuestionarios que me mandara el apreciado colega Víctor Martínez para un trabajo que está escribiendo acerca de Homero Hernández; allí comencé a sentir fuertes dolores debajo de la rodilla de la pierna derecha y al regresar al país, viendo que éstos eran cada vez mas frecuentes, fui a consultar a un neurólogo.

Elegí al azar uno de tres neurólogos que laboran en un moderno y prestigioso centro de salud, y confieso que de entrada no me dio buena impresión por distante y poco educado. Entré, y como no contestó mi saludo ni me mandó a sentar, permanecí de pies mientras él hablaba y discutía acaloradamente por teléfono. Después de escucharme, sus propias palabras fueron que yo tenía una “emergencia” y me indicó una resonancia magnética urgente, la cual me hicieron dos días después, aún siendo domingo, y cuyos resultados busqué el miércoles próximo.

Supuestamente, en ese afamado centro médico, si uno lleva los resultados de los estudios antes de los quince días, no tiene que pagar de nuevo la consulta; pero, como hay que pedir una nueva cita, la asignan para una fecha que siempre supera las dos semanas. De esta forma, el centro cobra dos veces al paciente, y el doctor, dos veces también al seguro médico del paciente. Y así fue como mi segunda citase fue para finales de mes.

Pero, como el diablo sabe por viejo que no por diablo, y porque me seguían los dolores, al retirar los resultados pasé con mi placa por el consultorio del doctor, con la buena suerte de que no había ni un solo paciente en la lista de espera.

La pregunta de la recepcionista no se hizo esperar: -¿Usted tiene cita? - -No- le dije—porque me la pusieron para dentro de tres semanas; esto es una emergencia y además este consultorio está vacío.

-Pero es con cita—insistió la joven. -Si, lo sé, señorita pero entre y dígale al doctor que estoy aquí con la placa y que el consultorio está vacío—le ordené más que le dije.

Cuando volvió, me mandó a pasar y frente al doctor, éste responde a mi saludo indagando también, como sino lo supiera, si yo tenía cita. Al decirle que el consultorio estaba vacío, respondió: “Relativamente vacío”. Le iba a decir algo relacionado con Einstein pero opté por un silencio prudente.

El galeno, molesto aún, siguió diciendo, mientras miraba rápidamente el informe del radiólogo, “pero usted no está de emergencia, usted podía esperar”. De nuevo me contuve y le dijepacientemente: "Doctor, quien dijo el pasado viernes que yo estaba de emergencia fue usted y yo le creí; además, me sigue el dolor”.

Me refirió adonde un terapista y medio la tarjeta de éste, pues dijo que yo tenia “tres (3) hernias lumbares”. Le pregunté si podía hacerle una pregunta y me dijo despectivamente: ”Hágala, ya usted está aquí”. Pero opté por no preguntarle nada, tomé mi placa y las indicaciones y le dije con su mismo tono, que me excusara si le había yo afectado de alguna manera sus ingresos .Ysalí sin esperar respuesta.

Pedí ese día una cita con otro neurólogo en el mismo centro médico. El trato que recibí de él fue tan especial y tan profesional que di gracias a Dios porque aún quedan muchosm médicos decentes que hacen la diferencia.

Este doctor puso sobre una pantalla lumínica la placa y contestó a todas mis preguntas, negando que tuviera yo hernia alguna, y cuando luego procedió a leer el informe de radiología me dijo que éste tampoco contenía esa información;yo no requería de terapia y mi columna estaba perfecta.

Los dolores se debían—me explicó —a que por estar tanto tiempo sentada, me había lastimado el nervio que pasa por debajo de mi rodilla, el cual está muy expuesto porque soy muy delgada. Un tratamiento de pastillas e inyecciones para restaurar el nervio; unos calmantes (que dejé de tomar a mitad del tratamiento porque ya no sentía dolor) y un pocode ejercicio diario, me bastaron para curarme,y de esto hace ya siete meses.

Luego me enteré de que el terapista privado a que fui referida por el anterior neurólogo, no acepta seguros, cobra 3,500 pesos por consulta y el tratamiento de terapia es largo y costoso.

Por igual, a una amiga, dos neurólogos le indicaron “de urgencia” una operación de columna por tener una hernia discal que le producía mucho dolor; ella buscó otras opinionesy con una inyección de desbloqueo del nervio; con tratamiento y cambio de hábitos, mi amiga no hatenido que operarse de su hernia y ya no siente dolores.

Según he sido informada, de seguir el ritmo que llevan, las operaciones de columna están prontas a alcanzar el escandaloso récord de los innecesarios partos por cesárea.

Definitivamente, hay que llevarse del viejo consejo que recomienda buscar siempre más de una opinión al recibir un diagnóstico perturbador o que amerite operación, porque en este país, da pena admitirlo, la corrupción no ha dejado afuera ningún campo de acción.

Santo Domingo, R.D., viernes, 19 de octubre de 2012.

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