miércoles, 3 de octubre de 2012

La degradación de la función pública y de los funcionarios



LUIS SCHEKER ORTIZ

Hurgando entre viejos papeles encontré sin buscarlo un trabajo elaborado por  técnicos de la ONAP (Ministerio de la Función Pública). En él se reconoce la importancia de la Administración  Pública y de la buena administración, “como factor preponderante, sine qua non, del desarrollo económico y social” de la nación. También el fracaso y frustración de los esfuerzos de reformas administrativas “por la falta de una decidida, firme, sostenida voluntad política,  causa eficiente de esos fracasos.” El informe contiene oportunas recomendaciones y  la crudeza de toda verdad que duele. Dice así:

“Podría afirmarse sin equívocos que la administración Pública dominicana es de las más desordenadas e ineficientes de América Hispana, aun cuando desde mediados de la década de los años 60 instituye avanzados órganos técnicos para procurar convertirla en un efectivo instrumento del desarrollo  nacional, lo cual no ha podido lograrse por la entronización del clientelismo partidista en todos sus estratos y condicionantes de otros factores políticos vigentes…” Nada de lo dicho sorprende, como no ha de  sorprendernos las deficiencias y  males denunciados que, lejos de superarse, se agravan. 

 15 años más tarde, quizás más, Vargas Llosa (La Civilización del Espectáculo) toca el tema y hace una radiografía que encaja  a perfección: “Para que una burocracia funcione a cabalidad es indispensable una burocracia capaz y honesta… hasta  una época relativamente reciente, servir al Estado era un trabajo codiciado porque merecía respeto, honorabilidad y la conciencia de estar contribuyendo al progreso de la nación. Esos funcionarios, por lo general, recibían salarios dignos y cierta seguridad en lo concerniente a su futuro... En  nuestros días, eso ha desaparecido casi por completo. El funcionario está tan desprestigiado como el político  profesional y la opinión pública suele ver en él no una pieza clave del progreso sino una rémora y parásito del Presupuesto.” Más adelante hace una concesión, extraña en él: “No hay democracia en nuestros días en que las nuevas generaciones aspiren  a servir al Estado con el entusiasmo con que hasta hace pocos años los jóvenes idealistas del Tercer Mundo se entregaban a la acción revolucionaria.”

430 años a C.,  Pericles,  en su Oración Fúnebre  para honrar a los héroes  del Peloponeso, da con la clave: “Nuestro  gobierno se llama una democracia porque su administración está en manos no de pocos, sino de muchos. No obstante aunque todos los hombres son iguales ante la ley, la comunidad los aprecia de acuerdo con sus meritos.” 

Santo Domingo, R.D., miercoles, 03 de octubre de 2012.

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