
Luis Pérez Casanova
Como portadora del derecho a
la información, la prensa tiene una gran responsabilidad que en muchos países
de la región suele implicar grandes riesgos. En México, los periodistas que
resisten las tentaciones de convertirse en ricos de la noche a la mañana y, a
riesgo de sus vidas cumplen la misión de denunciar al narcotráfico, son unos
verdaderos héroes.
Pero también hay muchas
escorias que utilizan esta digna profesión para desinformar, manipular y
defender beneficios espúreos. Esas lacras son las denunciadas por algunos
gobernantes que son víctimas de los más feroces ataques de
entidades que no establecen diferencias entre los intereses personales y
profesionales. Es peor corromper a la prensa, para que desnaturalice su misión,
que ha sido la estrategia de algunos paladines de la libertad, que tener la
gallardía de debatir puntos de vista.
Algunos “ogros”, al margen
de algún exceso en que pudieran haber incurrido, no han cometido más delito que
el de no dejarse chantajear por una prensa que, en aras de privilegios, ha
sepultado la ética y la objetividad; la esencia de su misión. No se puede
obviar que la prensa tiene una amenaza externa, pero es posible que el mayor
obstáculo para cumplir con su misión sea
interno.
No es un secreto para nadie
que, pese a esporádicos nubarrones de intolerancia, la prensa ha caído en unos
niveles de descrédito, que suele atribuirse a la corrupción, que la deja muy
mal parada. Los ataques que tanta roncha causan no siempre van dirigidos contra
periodistas o medios, sino contra quienes se escudan o se prestan a mentir,
manipular, perseguir o a campañas siniestras.
La prensa tiene
necesariamente que revisarse para rescatar o fomentar su autoridad moral para
ejercer el derecho a la información. Una cosa es la intolerancia frente a un
periodista objetivo, que escudriña la verdad, y otra muy distinta un calumniador escudado en la prensa.
Santo Domingo, R.D., lunes, 22 de octubre de 2012.
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