jueves, 18 de marzo de 2010

¿Asesinato de Ramfis?




Juan José Ayuso

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Así como Joaquín Balaguer cosechó los frutos del golpe de Estado de 1963 y obtuvo los beneficios de la revolución constitucionalista y guerra patria de abril de 1965. En ambos casos, sin participar de manera directa en uno y la otra.

Después de cuatro meses de lucha, las negociaciones con Bosch, el Partido Revolucionario y los constitucionalistas desembocaron en un gobierno provisional que presidió Héctor García-Godoy, durante el cual regresaría Balaguer al país para terciar en las elecciones de junio de 1966.

Balaguer era la carta de triunfo de los norteamericanos que tenían en Washington a Lyndon Johnson, el autor de la invasión del año anterior, que lograron imponer a su candidato.

En uno de sus libros acerca del particular, el historiador Bernardo Vega desnuda las gestiones de los funcionarios del departamento de Estado a favor de quien había sido uno de los principales servidores de la tiranía de Trujillo.

El presidente constitucionalista, coronel Francisco Alberto Caamaño había sido forzado a tomar el camino del exilio diplomático y Bosch se veía acorralado por los jefes militares y las Fuerzas Armadas, que habían retomado el poder después de su derrota de Abril de 1965.

En ese interregno tuvieron efecto las negociaciones entre Ramfis y Balaguer, que incluyeron la entrega por el segundo al primero de por lo menos lo que en ese momento era una suma fabulosa de dinero para la campaña electoral.

El compromiso no podía ser otro: Balaguer al poder y las puertas del país que empezaran a abrirse para el hijo del tirano.

La experiencia del déspota ilustrado y neotrujillista le aconsejaba tomar el poder, primero y, de inmediato, el mando completo de los jefes militares y de las Fuerzas Armadas.

Ya con todo ese poder en las manos, lo que logró en semanas de ejercicio, Balaguer sabía que permitir la entrada de Ramfis le buscaría problemas con los norteamericanos –eso era lo de menos- pero le amenazaría el poder de que disfrutaba y su continuismo. En el país, Ramfis tendría sólo que sentarse a recibir el apoyo irrestricto y la adhesión incondicional de los militares que heredaba del tirano y de la clase dominante que todavía no sabía con claridad que era mejor el despotismo ilustrado y formalista de Balaguer que una dictadura militar, con el agravante, en el segundo caso, de que Ramfis no tenía talento alguno para gobernar ni para cualquier otra cosa que no fueran el dispendio y la francachela.

Y la alianza Balaguer-Ramfis se quebró.

Aunque quizá pensó que el servidor de su padre necesitaba más tiempo para consolidarse en el poder y poder entonces permitirle su regreso al país, Ramfis tropezó con la realidad de que por el momento no podría regresar.

Santo Domingo, R.D., jueves, 18 de marzo de 2010
(buenapila@yahoo.es)
http://www.elnacional.com.do/opiniones/2010/3/18/42851/AL-DIA

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