Silvio Herasme Peña
Cuando escribí el artículo del pasado domingo, “La Política del Chapoteo”, lo hice por la extrañeza y preocupación que me causó cuando vi en los diarios al presidente de la República, doctor Leonel Fernández, anunciando la integración a su organización política, el PLD, de “TODA” la dirigencia del Partido Revolucionario Dominicano de Dajabón.
Si ese acto lo hubiese presidido Reynaldo Pared Pérez, secretario general de esa organización y senador del Distrito, en realidad no hubiese hecho ningún comentario. Porque el acto se habría ajustado a lo que puede ocurrir en la típica política del “chapoteo” que se ha vivido aquí desde hace muchas décadas. En otro tiempo se hablaba del “cambio de chaqueta”. Y cada quien busca como crea su propia mejoría.
Pero lo que me preocupó fue ver al mismísimo Leonel Fernández presidiendo un acto de esa naturaleza. Pensé, y pienso, que esa acción reduce la dimensión que yo quiero atribuir al Jefe del Estado.
Yo prefiero -yo solo tal vez- que la figura del jefe del Estado brille en el firmamento internacional de las Américas como el “gran componedor de intereses internacionales en conflicto”.
Parecería que es otra persona la que visitó Colombia recientemente en diligencias relacionados con la posibilidad de un diálogo altruista y amistoso entre sé país y Venezuela.
Alvaro Uribe, de Colombia; Hugo Chavez, de Venezuela, y al centro el presidente dominicano Leonel Fernandez
No le veo la coherencia a las dos actividades. Yo aspiro a un Leonel Fernández programador de los grandes paradigmas que traerán desarrollo social, decencia y transparencia en la vida dominicana.
Quiero ver al hombre de los grandes “cambios”, como prometió Obama; enraizado en los principios por los que hemos estado luchando desde la muerte misma del dictador Rafael Leónidas Trujillo.
Cualquier otro podría hacerlo -y tampoco me gustaría ni me ha gustado nunca- pero mucho menos que lo lleve a cabo una personalidad de la dimensión del actual presidente dominicano.
Al que no le gusten estas opiniones mías tiene perfecto derecho a discrepar y publicar sus alegatos, porque no escribo para complacer a todos, pero me satisface la habitual receptividad de mis lectores en este rincón del Listín Diario dominical.
No tengo que escribir una antología del transfuguismo, sino denunciar cada vez que aparezca como la Hidra con sus siete cabezas, con su aliento apestoso y venenoso.
Ese chapoteo no le conviene a la transparencia del país, eso es enlodar la actividad política y aunque reconozco que mucho ha pasado de eso aquí, nadie puede molestarse porque advierta los males de esa práctica, si quien la hace es una persona tan estimada y en quien creó ver un líder que no necesita de esas travesuras.
Las podríamos definir como “vanidad de vanidades y sólo vanidad”. Vanidad, en fin, que termina chapoteando el espíritu recto y la aspiración ética de esta malhadada sociedad.
Juan Bosch rechazó el “chapoteo” en el 1990 ofrecido sin condiciones por Peña y Jacobo. Es verdad que el arrebatador le quitó el triunfo, pero tal vez así fue mejor.
Quien quiera conocer mis posiciones en las últimas décadas le puedo ahorrar el trabajo: Es la misma, siempre en favor de la decencia pública. Y punto, que el “chapoteo” sigue.
Santo Domingo, R.D., domingo, 28 de marzo de 2010
http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=136482
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