sábado, 17 de abril de 2010

EN PLURAL: La aterradora imagen en el espejo





Yvelisse Prats-Ramírez de Pérez


Una adolescente de 15 años confiesa que era ella quien remataba a cuchilladas a los taxistas que asaltaba la banda a la que pertenecía, conformada mayoritariamente por menores. “El olor de la sangre me gusta, me excito con ella, entonces tengo relaciones con mi novio”.

Leer estas declaraciones en la prensa me cerró el corazón a otras emociones, distrajo mi mente de tareas partidarias, sacudió mi espíritu que se volvió casi irreverentemente a Dios, interrogándolo.

¡Pobre dama de Shalott, esta Yvelisse vieja de años pero siempre jovencita en sueños y esperanzas, orgullosa de su oficio de maestra, que ahora llora al lado de la memoria de su vida en el aula, frustrada, fracasada! ¿Qué hemos hecho Dios mío? Mi generación, y la siguiente, cómo hemos sido tan horrendamente eficientes en destruir valores, demoliendo el edificio bamboleante, pero aun en pie de una fe que persistía como lamparita: fe en Dios, en una causa, en el prójimo, en nosotros mismos, en base a un proyecto que creíamos estar construyendo.
“El maleficio ha caído sobre mí”, dijo la dama del poema de Tennyson.

Así me siento yo, lejana en el tiempo al poeta, sin creer en desgracias invocadas por la magia negra, tan proactiva para sacudirme infortunios en mi vida, con una risa larga.

Pero esto es diferente. Es una joven, casi niña, que se planta ante mis ojos y dice “esta que soy es producto de tu fracaso”. Y no acierto, abrumada de angustia, a distinguir cuánto es mío del fracaso: el fracaso del proyecto en que participé, de los que junto a mí educaron, se sentaron en curules y en poltronas ministeriales, predicaron, y amaron.

Lo que seguro no hicimos lo suficiente es amar “hasta que duela” como la Madre Teresa nos enseñó en la práctica. No nos despojamos, como pidió Jesús al joven rico que quería seguirlo, de nuestros bienes materiales.

No escuchamos el Sermón de la Montaña, repetido cuando abrimos la Biblia, para recordar que son los pobres de espíritu los bienaventurados.

Quizás dimos, intentamos pero sin entregarnos, consolar al que llora, sin llorar a su lado, conservar “pan para mayo” ejerciendo la caridad con cautela, orar más por nosotros y por nuestras familias, y dejar apenas unas cuantas palabras para pedir por “los otros”.

Las leyes llevadas al Congreso no tenían el acento social que requieren los pobres, marginados y excluidos.

Gobernamos desde el Palacio Nacional instalándonos en una colina, similar a aquella desde la cual Nerón contempló el incendio de Roma que él decidió. Y mientras tanto, se acumuló riqueza, despojando de pupitres las aulas, de medicamentos los hospitales, en dialéctica relación de cuentas bancarias y miseria del pueblo.

¿Educamos? La dama de Shalott en la que me ha convertido la adolescente dañada gime frente a los años en que no me avergoncé de ser llamada maestra.

Lo afirmó el magistrado Subero, lo percibo en mi profundo sentimiento de pérdida.

Lo dije siempre en libros, artículos, clases y conferencias, en los programas de gobierno de mi partido, lo sé, lo creo, lo asumo: la educación no es una variable independiente, tiene una ínsita relación con los tipos de sociedad, con las macro políticas económicas y sociales, y con la visión del mundo y de la vida de los que gobiernan.

Ni pensar que predicando y hasta practicando valores se puede mejorar la educación desde el aula, mientras no se asuma un modelo de desarrollo humano sostenible, en el que todas las siglas inventadas por Naciones Unidas midan las posibilidades reales de acceso a las oportunidades y al bienestar de todos/as.

Porque no es la educación escolar; magistrado Subero, es la omnipresente educación informal, en la familia, en los medios de comunicación, en la canchita de deportes que debería haber en cada barrio, sustituida por un puesto de venta y compra de drogas, y en una Seguridad Social inclusiva.

Necesitamos una educación con pan, con padres responsables, con empleos estables, canales de TV, y frecuencias radiales que entretengan y formen a la vez.

La violencia que representa la adolescente que se place en la sangre, es el exponente mas trágico de la “violencia que engendra la violencia”: la corrupción y la explotación, el egoísmo, y el darwinismo social que nos enseñaron y aprendimos bien de los neoliberales.

“El espejo se rajó de parte a parte”.

La Dama de Shalott no encuentra en él su imagen gratificante de maestra, de política, de militante social. Sólo ve una adolescente cuyo maleficio se desparrama sobre un sueño, una vida, una utopía, dejando su rastro de sangre.

Santo Domingo, R.D., sábado, 17 de abril de 2010

http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=138760 

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