viernes, 15 de octubre de 2010

Del limbo al vaivén





Al Día // Juan José Ayuso

Juan Bosch, en la historia reciente y mientras tuvo vida, fue sido el político que más respeto reclamó para sí. ¿Respetaba él a sus adversarios y aún a la gente que estaba a su lado?

Escritor de ficción más que todo, aunque dejara el oficio después de 1960, Bosch conservaba y alimentaba la personalidad individualista, egocéntrica y vanidosa de un artista en la comarca del desarrollo y la civilización y mucho más en la de este primitivo tercer mundo.

Y actuaba de acuerdo con esa personalidad aún en los momentos en que declaraba con solemnidad ser todo lo contrario. No se le vio nunca la humildad de la grandeza. Y ni siquiera un asomo.

Reclamaba para sí un respeto irrestricto pero no hacía práctica suya de ese reiterado reclamo, que en muchas ocasiones profería de la manera más airada que pueda imaginarse.

El Bosch que llegó en 1961, ganó el poder en 1962 y lo asumió y perdió en 1963, acumuló entre la gente de las masas y de los estratos bajos de la clase media una simpatía rayana en la adoración.

Juan Bosch levanta la mano a Leonel Fernandez.

Esa situación empezó a cambiar de manera radical después de la revolución constitucionalista y guerra patria de abril, y no por la publicación de la tesis de la “dictadura con respaldo popular”, ni por el “marxismo no leninista” ni por el “boschismo” sino porque el elector común lo veía cada vez más lejos del poder y cada vez más lejos de una acción política que lo llevara al poder.

En 1973 abandonó al Partido Revolucionario para crear un Partido de la Liberación que tenía las mismas fallas de indefinición ideológica del caudillo: “dictadura con respaldo popular”, “marxismo no leninista”, liberación nacional y al final un “boschismo” que ni siquiera tuvo la publicación de un folleto como amparo.

Los “círculos de estudio” y otras estructuras de los partidos comunistas no lograban cubrir una intención que Bosch no podía ocultar y que era la de reinar sin discusión ni apelación sobre los dirigentes y militantes del grupo.

Como ocurrió en el PRD de los primeros años y hasta 1973, Bosch era el centro y la periferia del centro. Pero la característica de partido de la democracia representativa comenzó a conspirar contra su mando omnímodo y tuvo que dejar la organización en manos del desorden que el “ejemplo” del neotrujillismo de Joaquín Balaguer calaba en la mentalidad de sus dirigentes.

En pocos años, y a pesar de los “círculos de estudio” y del “centralismo democrático”, esa mentalidad tradicional se haría dueña también de los dirigentes del PLD quienes se suponía habían sido discípulos mejor entrenados.

Santo Domingo, R.D., jueves, 14 de octubre de 2010




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