Luís Pérez Casanova
Más recursos en el Presupuesto para el sector educativo no garantizan una mejoría automática de la calidad de la enseñanza, aunque el 1.98 por ciento que se consigna en la ley de Gastos Públicos para 2011 sea una iniquidad tan deprimente que no permita siquiera ilusionarse con la posibilidad de trillar el sendero más iluminado por la sabiduría para reducir las desigualdades sociales y enfrentar la pobreza.
Se ha insistido y hasta consensuado un cuatro por ciento del Producto Interno Bruto como mínimo para el sector educativo, reconociéndose que la proporción todavía está por debajo del cinco por ciento que es el promedio en la región.
Estudiantes recibiendo docencia sentados en bloques de cemento.
Pero sin un programa sobre la utilización de los recursos, más dinero sólo puede representar más burocracia, más plantas físicas, más propaganda y hasta más corrupción, pero no la inversión que realmente requiere el sistema para una educación que comience por ubicar al estudiante en su contexto, enseñándolo sobre todo a pensar.
Si el sistema educativo no estuviera tan corrompido, el irrisorio 1.98 por ciento daría para algo más que nada. A ese ineficaz y superfluo plan de enseñanza se debe a que en la era del conocimiento primen en República Dominicana valores como la idolatraría, las soluciones mágicas, el narcisismo, la alienación y hasta la fanfarronería, en desmedro del principio institucional y de la ética.
Y todo esto se da a conciencia de que la miseria espiritual, que emana de la desinformación y la descomposición social, es peor que la económica. Es verdad que se necesitan más recursos para el sistema educativo, pero la asignación debe efectuarse sobre la base de un plan integrado, que privilegie, entre otros aspectos, necesidades tan fundamentales como la formación de verdaderos maestros, hoy por hoy uno de los puntos más débiles de la enseñanza. Es la única garantía de que los recursos no se vayan por la alcantarilla.
Santo Domingo, R.D., lunes, 11 de octubre de 2010
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