Sin lugar a dudas, el culto a la personalidad que instaurara el “Generalísimo” en la psiquis dominicana ha resultado ser su más duradero y dañino legado para el país. Esto así debido a la forma en que sus sucesores lo han explotado para mantener a sus pies las instituciones creadas precisamente con el fin de desmantelar la dictadura.
El culto a la personalidad está en todos lados, desde la prensa, las declaraciones de figuras públicas, hasta en afiches y anuncios televisivos. Sea un ministro de Estado con la foto del Presidente detrás de él, las reuniones de los partidos con figuras de antaño decorando el podio, hasta el empleo reiterativo del término “líder” para referirse a cualquier político, denotan las sucias garras del culto.
Y es que Trujillo creó en la mente dominicana la idea de que los problemas del país serán resueltos por la “magia” de algún “Mesías” que vendrá a rescatarnos y traerá la panacea del desarrollo: para todos. Esa, y no otra, es la causa fundamental de nuestro subdesarrollo, somos un país de inmediatistas que navegan a la deriva movidos por los caprichos de los “salvadores” que nos tallamos.
Hasta ahora los más grandes explotadores del legado de Trujillo han sido, curiosamente, Joaquín Balaguer, Peña Gómez y Juan Bosch, y le han sacado provecho hasta después de su muerte, siendo sus figuras (mucho más que sus ideas) motivo de culto, no obstante ser reliquias de un pasado que no rindió frutos basado en ideas que eran desfasadas en aquel entonces, hoy dignas de un museo.
En el presente absolutamente todos los políticos tienden a cobijarse en el legado de Trujillo para promoverse. Nos quejamos de que no existe debate político, que la voluntad del pueblo está secuestrada por las encuestas, de que no existen ideales, pero pasamos sin siquiera indignarnos al lado de afiches políticos donde el 90% del espacio es ocupado por la fea cara de un político.
De ahí resulta que nuestros partidos políticos degeneren en plataformas de promoción de personalidades que operan como pequeñas mafias cuyo único fin es alcanzar el poder por el poder mismo, como cardúmenes de pirañas al asecho de un cadáver que es nada más y nada menos que el Estado dominicano.
Ernesto (Che) Guevara
y Fidel Castro.
Muchos se indignan y se dan golpes en el pecho ante la sola mención de Trujillo, sin percatarse de que, por otro lado, son fieles promotores de su más nefasto legado. Donde una persona esté por encima del cargo o posición que representa o representó (desde el Estado y hasta en la oposición), ahí está Trujillo. La zapata del trujillismo siempre fue enraizar la idea de que Trujillo lo era todo, y esa ha sido su enseñanza más copiada.
Una valla en la que se promueve a Leonel como otro de los tantos "predestinados" que el país ha soportado.
Trujillo le ganó la guerra a este país, a sus detractores y a la democracia en el momento en que los que le sucedieron se “trujillizaron” generando y ensalzando el culto alrededor de sus personalidades.
Trujillo triunfó cuando nos hizo creer que este país necesitaba “líderes” en vez de instituciones. Se eterniza en toda “figura política” de los últimos 50 años al hacer de todos, desde Balaguer a Bosch, Caamaño, Peña Gómez, Majluta, Guzmán, Leonel, Miguel, Hipólito, Danilo..., discípulos de su mayor y más nefasto legado: el culto a la personalidad.
Santo Domingo, R.D., miércoles, 17 de noviembre de 2010
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