Eduardo Álvarez
Laura nació el 27 de abril, de 1994, el mismo año que fue modificada la Constitución de la Republica, por última vez el siglo pasado.
Laura cumplirá 18 años en el 2012. Mayor de edad, podrá ejercer el voto como ciudadana dominicana. De no haber sido alterada dos veces aquella versión de nuestra Carta Magna también habría cumplido los 18.
Laura crece, juega y estudia, ajena por supuesto a los asuntos políticos. En el 2002, con sus ocho años guarda su inocencia, mientras la Constitución envejece apresuradamente. Restituida la reelección presidencial, facilitar la nominación del entonces presidente Hipólito Mejia.
Laura celebró sus 15 el año pasado. Cual botón de una rosa brotando hermosa y fresca. El poeta le canta inspirado en su esplendor. “No quiero rosas para que haya rosas”.
Mientras tanto, al otro lado de la calle, la joven Constitución es estuprada de nuevo en un dilatado y costroso proceso que culmina el 26 de enero del año en curso. Esta vez para restablecer la no reelección en dos periodos consecutivos, pero posibilitando el retorno del presidente, cumplido un cuatrienio fuera del poder.
Laura corretea aún con sus 16 abriles, si no ingenua, distante de los asuntos políticos, tan complejos como inexplicables. Mejor así para ella. Cuando dábamos por cerrado los horrendos capítulos de violaciones y afrentas, reaparece el monstruo de la Laguna Verde, amenazante y voraz.
Los mismos que introdujeron una Constitución, hecha a la medida, buscan modificarla, pocos meses depuse. Para que el presidente Leonel Fernández siga gobernando, para bien de ellos y la desgracia de toda una nación.
Laura entra a la universidad el año próximo. Abandona la adolescencia, probablemente insegura e inconforme con la vida adulta que, resignadamente, llevan sus padres. Está abriendo los ojos. La esperanza, representada en ella, se esfuma en las manos de una generación, culpable por acción u omisión.
Todo cuanto que ocurre a su alrededor deja muy mal parada a una generación política, a todas luces irresponsable, corrompida y cobarde. Que roban, matan, corrompen y cambian la Constitución y las leyes como cambian de ropa, de mujeres y de autos.
Laura mira a sus padres y, callada, se pregunta: ¿Están envilecidos? ¿Son partes del tinglado? O, sencillamente, ¿se han acostumbrado a una vida cómoda y mediocre, sin fuerza para cuestionar y enfrentar a los que nos roban el futuro, haciendo lo que les venga en gana?
En el peor de los casos, Laura piensa horrorizada: sabe Dios si mis padres forman parte de la banda. Se han cruzado de brazo aparentando ser inocentes. Culpables o no, son parte de este relajo. Eso les pasa por estar de pendejos, ¡carajo! O se han hecho los pendejos para que yo, su Laurita querida, resuelva ese lío.
Santo Domingo, R.D., viernes, 12 de noviembre de 2010
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