Rosario Espinal
Barack Obama llegó a la Presidencia de Estados Unidos en enero de 2009 después de una campaña electoral magistral. Con su promesa de cambio y estilo fresco cautivó a muchos. Dos años después su partido fue derrotado.
Se sabía que gobernar un país en medio de una gran recesión exigía medidas económicas drásticas y a veces impopulares. Obama continuó el controversial programa de rescate al sector financiero que había iniciado George W. Bush, y el congreso de mayoría demócrata aprobó rápidamente un paquete de estímulo económico y el salvamento para la industria automovilística.
Mientras tanto surgió el llamado Tea Party, movimiento conservador que tuvo como principal objetivo generar un desencanto popular a partir de la crítica a los gastos excesivos del gobierno federal, ignorando la magnitud de la crisis, y también, que el problema venía del gobierno de Bush.
La decisión de los demócratas de impulsar la reforma de salud significó echarle más leña al fuego que había encendido el Tea Party. Además, los demócratas ofrecieron un espectáculo de confrontación en el debate sobre la legislación que la desprestigió.
Durante meses, Obama dejó que los congresistas de su partido se consumieran en su propia salsa, y fue sólo a fines de 2009, después que la opinión pública había girado en contra, que Obama promovió la pieza legislativa. Ya era tarde para revertir el rechazo.
De enero a octubre de 2010, el Tea Party ocupó el escenario político nacional, mientras Obama aparecía rezagado y con pocos bríos para dar la batalla ante el dominio de la retórica conservadora. Cuando pronunciaba un discurso, no lograba moldear la opinión. Su magia se evaporó y quedó la sensación de un Presidente incapaz de conectar con la población.
Hay múltiples explicaciones de por qué los demócratas perdieron las elecciones del pasado 2 de noviembre y no voy a repasarlas aquí. Suscribo la explicación que combina elementos de demografía electoral y persuasión política.
En las elecciones de medio término votan más las personas de mayor edad y los blancos. La coalición electoral de Obama de 2008 fue de jóvenes, negros y latinos. De entrada eso constituía un problema.
Para ilustrar, en 2008 los votantes jóvenes representaron 18% del electorado comparado con sólo 11% en 2010, los de mayor edad representaron 19% en el 2008 y 23% en el 2010, las minorías étnico-raciales representaron 26% en el 2008 y 22% en el 2010. Además, los mayores de edad y la población blanca votaron en una proporción mayor por el Partido Republicano en 2010 que en 2008.
La política, sin embargo, no es sólo matemática de votantes. Por eso hay que agregar en la explicación la anímica estrategia política del equipo de Obama. En medio de una crisis económica de no fácil solución, los demócratas no supieron mantener vivo el discurso de que el problema provenía del gobierno de Bush y tomaba tiempo resolverlo.
Es incomprensible cómo un equipo político que manejó con tanta maestría la campaña electoral fuera tan mediocre desde el gobierno y perdiera de vista que la persuasión política era crucial para sostener el gobierno.
El resultado electoral presenta grandes desafíos a Obama. Para su beneficio, podrá gobernar sin la presión de los grupos liberales que pedían grandes cambios. De excusa tendrá el bloqueo republicano. Pero estará constantemente asediado por los republicanos.
Pensando en el 2012, si Obama no logra encantar el segmento progresista que fue vital para su victoria de 2008, será difícil una reelección, a menos que los republicanos lleven un candidato muy malo como hicieron en el 2008.
Santo Domingo, R.D., miércoles, 10 de noviembre de 2010
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