jueves, 11 de noviembre de 2010

Tras el tiempo inútil




Dominicaneando //
José Miguel Soto Jiménez

Generaciones perdidas, camadas tras camadas de jóvenes valiosísimos que no pudieron devolverle al país la deuda de la crianza. Personas que quieren y no quieren.



Multitud de gente buena y capaz, grupos selectos, élites de hombres y mujeres maduros que consagraron sus esfuerzos en tratar servir a la sociedad.

Empresarios, sacerdotes, profesionales, técnicos, intelectuales, peritos, facultativos del área y fuera del área. Políticos profesionales o circunstanciales. Ciudadanos consientes e inconscientes. Personas que piensan, que calculan, ponderan, meditan, proyectan, explican y se explican. Profesores, catedráticos, monitores.

Expositores enjundiosos, disertantes brillantes, diletantes, circunspectos oradores, conferencistas y conferenciantes graves locutores, lindas presentadoras.

Destacados participantes, concurrencia elegante, industriales, comerciantes y negociantes, gente de empresa, tecnólogos, tecnócratas, sociólogos, economistas y politólogos.

Labor consumada, recursos gastados, mediciones, discusiones, seminarios, tormenta de ideas, mesas de intercambio de pareceres, tertulias, tenidas, foros, conferencias, charlas, jornadas tras jornadas de exposiciones, despliegues de datas y de datos. Mesas redondas y cuadradas.

Diagramas, perfiles, planos, organigramas, poses y pozas tecnocráticas, esquemas, dioramas, filminas, transparencias, demostraciones, vistas fijas, declaraciones y argumentos, preguntas y respuestas, estadísticas.

Miles de páginas perdidas, miles de horas de trabajo consumido en los estudios, legajos y más legajos de buenas intenciones, propuestas y más propuestas, sueños y más sueños, quimeras, ilusiones, todo sirviendo al ofi cio secular de una esperanza que parece resistir siempre a cuajar en horizonte.

Las consultas, las asesorías, los dictámenes. Los programas, los proyectos, sobre todo eso, “los proyectos de nación”, frase grandilocuente, decir ampuloso y grandilocuente, los programas de gobierno de los partidos, las frases memorables, las consignas, los lemas, las frases cohetes.

Pero sobre todo, también, los programas de gobierno, esfuerzo, labor de gente “faculta”, consulta, todo para vender el producto, alimentar el discurso, el concurso, los candidatos, que lo recitaron fragmentado, lo leyeron en lo indispensable lo preciso, lo conciso, solo los técnicos lo consultan, lo manejan.

Esos grandes trabajos, grandes esfuerzos olvidados, preteridos, ganadores y perdedores, todos en el “zafacón de la historia”, relegadas como municiones gastadas, piezas de almacén, de la cual ni los almacenistas se recuerdan. Solo algunos archivistas e investigadores, escarbadores, curiosos y melancólicos hurgadores y buceadores del recuerdo.

Son magníficos esfuerzos técnicos, piezas detalladas, equilibradas. Ahí están amontonadas las últimas planteadas, esbozadas, publicadas, debidamente presentadas y “cacareadas”.

Intachables, insuperables, parecidos en eso, en lo que hay que hacer y no se hace. Todas podrían ser la partitura, la música del baile del progreso que no arranca y que solo se queda, ahí sobre el atril.

Porque el que tiene la varita, la batuta, ni siquiera mira el pentagrama. “Ni pa’llá, voy a mirar”. No es de importancia, pero no se puede decir, cuidado con eso.

Cuando nacieron, fueron los escasos momentos de gloria, de esa gente gris, que no aparece en los repartos de canonjías, ni en el figureo, ni en los escarceos.

Solo en ese momento, atrincherados tras su pieza, por si acaso hay que sustentarla, defenderla. No hay problema porque después de todo de eso no se trata.

Esa no es la cosa. Eso no se toca. No hay debate, ni discusión, ni disputa ni altercado, con eso que apenas pesa.

Lo grande, lo crucial es lo otro, eso es apenas y nada más, un requisito vano, una cosa que si se quiere se hace o no se hace.

Esos programas, en los que nadie repara ni antes ni después, porque esas “pendejadas” es letra muerta ante el genio y talento grande de los que “cortan el bacalao”, sobre la mesa rota de nuestra indiferencia y apatía.

Lo vital son sus salidas, sus trucos de cámara, sus intrigas, sus ideas luminosas, sus pleitos de verduleras, la pirotecnia, los fuegos de artificio, el recurso veraz de la mentira, la sinceridad del engaño, porque es asunto de percepción, truquear la percepción y nada más.

Los programas de gobierno, articulación de lo que debiera ser y no es. Ráfagas cada vez de un tiempo perdido, que tenemos que rescatar como sea, antes de que “Concho Primo” se nos muera de risa en su decrépita persistencia. ¡Hay que volver a Capotillo!

Santo Domingo, R.D., jueves, 11 de noviembre de 2010


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