viernes, 3 de diciembre de 2010

¡Hay que detener esta barbaridad!


Elsa Peña Nadal

Espero que hayan sido muy pocos los que vieron con indiferencia y sin preocupación, el reportaje televisivo del linchamiento de un hombre en San Cristóbal, porque de lo contrario tendríamos que revisarnos muy seriamente como sociedad, ya que estaríamos tan enfermos como los mismos bárbaros que mataron a ese hombre a palos, machetazos y pedradas y que luego les prendieron fuego. 

Pero también tenemos que preocuparnos muy seriamente por el papel que asume la autoridad ante estos hechos que ya se están convirtiendo en una práctica muy recurrente, donde incluso participan miembros de la propia policía. No basta con “horrorizarnos” y cambiar el canal y seguir con nuestra rutina, porque nos puede pesar y pasar a todos, mas tarde que temprano. 

¿Dónde están las voces de las jerarquías eclesiásticas, de las iglesias todas: católica, protestante, evangélicas, Testigos de Jehová, etc., etc.? Es que acaso el quinto mandamiento (o el sexto para otros) ya está obsoleto o es que no les interesa opinar sobre estos asuntos que envuelven a gente poco importante, sin apellidos, barriales? 

Se habría quedado callado el Cardenal, o nuestros periodistas no le habrían cuestionado, si se hubiese tratado del linchamiento de “un hijo de papi y mami”? ¿Por qué no me extraña que estas autoridades no se preocuparan por el abandono en que hasta hace poco tiempo estuvo sumido el monumento a Fray Antón de Montesinos, cuya voz, coraje y dignidad tanta falta nos hacen en la actualidad? 

¿Dónde está la voz de los representantes de los estamentos judiciales? ¿Es que acaso en este país ya está permitido el linchamiento, aplicar la pena de muerte a plena luz del día ante los ojos de niños y jóvenes que también presencian estos hechos por la televisión; ante los ojos del cuerpo diplomático, ante los ojos del mundo? ¡Qué imagen de país estamos proyectando! ¿Qué mensaje le estamos mandando a una población que tiene tantas demandas y deudas sociales? 

Es fácil criticar a los haitianos que estén linchando a inocentes a quienes responsabilizan de las muertes por el cólera, pero, ¿qué diferencia hay entre aquellos y estos actos de barbarie, de crueldad colectiva? ¿Que aquellos son prietos y de este lado, somos mulatos; que aquellos practican el Vudú y aquí somos cristianos de todas las denominaciones? ¡Ojala no tengamos que lamentarnos cuando los dominicanos se enfrenten a los haitianos, culpándolos, a su vez, de traernos el cólera! 

¡Y después nos alarmamos cuando se habla de que potencias extranjeras quieren unificar la isla! 

No voy a investigar ni un carajo para traer a colación la cantidad de linchamientos a manos de civiles y militares. Ahí están las cifras: ¡todos esos actos están impunes! Es la propia policía la que incentiva estas acciones porque ellos matan a los ciudadanos como moscas y nada sucede, y pocos dicen algo y nadie les escucha. Y luego la policía dice que la justicia es la responsable porque suelta a los delincuentes. 

Y es la propia justicia la que fomenta estos actos porque no hace justicia; porque la justicia esta corrompida, porque se compra y se vende como mercancía cara o barata. Es la complicidad del poder eclesiástico porque sólo presiona al gobierno por sus intereses que no siempre son los de los más humildes y olvidados; una autoridad eclesiástica que sólo opina de asuntos que no son de su interés privado cuando la prensa le cuestiona. 

Y somos responsables los comunicadores porque en nuestra mayoría, salvo honrosas excepciones, no tocamos estos temas con la profundidad que deberíamos, porque “afectan al turismo” como si no viviéramos en una aldea globalizada o porque simplemente esas noticias no son las que deben ocupar nuestros espacios de radio, televisión, prensa escrita y digital porque no son las que nos generan los ingresos que nos proporcionan el bienestar que nos convierte en vecinos de políticos y empresarios corruptos y de los tradicionales ricos de cuna. 

Es también responsable el gobierno porque estos linchamientos son en parte un escape a la presión acumulada en sectores donde vive gente sin educación, sin servicios públicos, sin seguridad, sin trabajo, sin salud, a quienes no se les hace justicia; abandonados a su suerte. Gente que como no puede dirigir hacia donde quisiera su ira y su frustración, se ceba en sus iguales, en infelices como ellos porque son los que tiene a la mano. 

¡Y que no se hable de que están “tomando la justicia por sí mismos” porque estas atrocidades son todo, menos justicia! 

Ojala que los que están ahí filmados en esos reportajes cometiendo ese crimen tan salvaje, y que pueden ser fácilmente identificados, sean apresados y sometidos a la justicia para de alguna forma comenzar a frenar estas acciones, porque se nos van a ir de las manos. Así empiezan las pobladas, como fuego bajito encubierto bajo la hojarasca, y a veces las consecuencias tienen un alto costo político y económico. Y no hablo del costo en vidas humanas porque al parecer, en este país, el costo de la vida también se ha devaluado. 

Aunque mi papá repetía siempre: “Cuando veas la barba de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”, a mí, ante un caso tan horrible y bochornoso como este que involucra a hermanos dominicanos, a infelices delincuentes, víctima y victimarios, en un país donde la delincuencia es tan relativa y la justicia tan selectiva, mas que el miedo, me mueven la indignación y la impotencia pero también la misericordia y la compasión. 

¡Si esto sigue así qué Dios nos encuentre a todos, bien confesados! 

Santo Domingo, R.D., viernes, 03 de diciembre de 2010.

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