viernes, 3 de diciembre de 2010

Otro cuento

Pedro P. Yermenos Forastieri

¿Hasta cuándo continuará la sociedad dominicana siendo políticamente timada por creadores de sueños que a poco andar se convierten en terribles pesadillas? Eso viene siendo así desde la fundación misma de la república, con honrosísimas excepciones. Ahora bien, jamás la burla y el escarnio habían adquirido las dimensiones de la actualidad. La razón se debe a que nunca como hoy el discurso y la conceptualización de los desmanes se había hecho con tanta disonancia respecto a lo que sucede en la realidad. Uno no se explica cómo puede tenerse el coraje, por no decir “la cara dura”, para afirmar cosas que no guardan ninguna relación con las prácticas asumidas. Si el país tuviera la necesidad de definir a su gobernante ideal, sería fácil, sólo tendría que encontrarlo en la retórica del incumbente de turno.

Las autoridades de una nación están para comportarse como buenos padres de familia respecto a sus gobernados. Para respetarlos, para ejercer con dignidad el mandato que han recibido, no para convertirlo en una hoja de papel estrujada que se arroja con desdén al cesto de la basura. Actuar de esa forma sólo es posible allí donde la ciudadanía no es ejercida con responsabilidad y no existen o no se aplican las herramientas de rendición de cuentas y la facultad de revocación de mandatos ante la ignominia. La elección de los miembros de la Cámara de Cuentas, por ejemplo, reitera una conducta del actual Senado de la república: Desdeñar procedimientos instituidos para la integración de organismos públicos, con lo cual se burla de las personas que se acogen a tales mecanismos bajo el criterio de que serían asumidos con fidelidad.

Un error podría ser cometido y comprendido, pero insistir en una actitud, confirma una voluntad dirigida hacia un propósito determinado, que despoja la conducta de sus elementos casuales. Lo que ha sucedido con la conformación de la Cámara de Cuentas es la parte dos de lo que se hizo con la Junta Central Electoral, una pura simulación de apertura y participación que culmina con una elección que prueba, de forma irrefutable, que todo se trata de una farsa.

El proceder del Senado revela el criterio que ese Poder del Estado tiene de la institucionalidad, la cual concibe como un títere que sólo se activa a partir de los intereses del poder político de turno. Y lo hace de la peor manera, con entidades llamadas a desempeñar roles fundamentales en la vida republicana. ¿Qué esperanza podemos tener de una fiscalización rigurosa del destino de los fondos públicos con una entidad constituida por incondicionales de los administradores?

Desde el precedente de la JCE, era previsible lo que se continuaría haciendo con los altos órganos del aparato público que están pendientes de conformarse, accionar que cercena la posibilidad de consolidar la democracia dominicana. Con los restantes, es sólo cuestión de esperar.

Estas actuaciones del Senado, que no es otra cosa que una lamentable caja de resonancia del Poder Ejecutivo, son reveladoras de  que la palabra “modernidad”, tan frecuente en los labios de sus representantes, es una mueca grotesca, con sacada de lengua incluida, que se hace a una sociedad utilizada como instrumento de trapisondas para garantizar permanencia en el poder o impunidad de futuro.

Santo Domingo, R.D., viernes, 03 de diciembre de 2010


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