Yasir Mateo Candelier
Hace un par de semanas se dieron a conocer las tristes cifras de asesinatos de mujeres de parte de sus parejas en República Dominicana, como consecuencia natural del machismo, la falta de educación y la estupidez.
La palabra “amor” implica un concepto muy amplio y mucha gente no sabe lo que es porque la confusión viene de lejos. Desde el latín no se incorporó a nuestro idioma el verbo diligere. Solo conocemos los vocablos diligente y dilecto. Diligere no se tradujo como verbo y por eso no sabemos qué es el amor, aquél que procura por sobre todas las cosas el bienestar de la pareja. Ya lo dijo San Agustín: “Dilige et quod vis fac”, mal traducido como “Ama y haz lo que quieras”; y digo que está mal traducido porque San Agustín no menciona el verbo amare, sino el verbo diligere. Este último verbo aparece cientos de veces más que el verbo amare en La Vulgata, la biblia oficial de la iglesia católica por muchos siglos.
A diferencia del amor diligente, derivado del verbo perdido diligere, está el amor concupiscente, totalitario; este es el amor posesivo, cruel y muchas veces criminal, como lo demuestran las cifras de feminicidios en República Dominicana, que en el año 2008 fue de 133, en el 2009 de 123, mientras que de enero a septiembre de 2010 se calculaban en 74.
Ese es el “amor” que suena en muchas bachatas, donde la mujer se convierte en blanco de la violencia: “voy pa´llá, aunque haya candela/y aunque se hunda la tierra/la buscaré y la traeré/aunque pelee con cualquiera”. Este es el tipo de amor al que se refiere Ortega & Gasset, quien lo califica de etapa anómala, como el sarampión, cuyo fin la naturaleza ha ordenado que sea la perpetuación de la especie. Este es el amor pasional, que solo se llena con el coito, pero que nunca pierde el apetito.
Los celos animales que provoca el amor concupiscente o de reproducción muchas veces convierten al hombre en criminal. Y es curioso que esto no ocurra con tanta frecuencia en la mujer, cuyos celos se mueven como un péndulo entre la tristeza de vaciar sus sentimientos y el odio hacia “la otra”, por un lado, y el dolor ancestral por la pérdida del proveedor, aunque esto último va perdiendo vigencia.
Si la cultura dictase que por las infidelidades de los hombres las mujeres pudiesen actuar con violencia, y las mujeres fueran tan elementales como los hombres, ¿cuántos hombres no muriesen cada año en nuestros atrasados países? Pero la cultura machista es todo lo contrario y por eso son las mujeres las maltratadas y asesinadas.
En esta última parte, un momento de reflexión para los hombres es casi obligado. Si sufre usted de amor concupiscente y su pareja le engaña, no actúe con violencia; piense que el engaño es casi imposible, ya que el orificio de la vagina femenina adopta la forma del pene que lo penetra, volviendo a su posición normal luego del acto sexual. Para que haya engaño, el pene que haya penetrado a su querida pareja en su ausencia tendría que ser idéntico al suyo, siendo esto imposible. Este ha de ser su consuelo, aparte de la bachata que dice “que me la pegue, pero que no me deje”.
Por otra parte, lo más inteligente -si es que usted quiere serlo- sería buscarse un amor diligente, amable, cariñoso, comprensivo, ese que se deriva del verbo diligere... siempre mezclado con un poco de amor concupiscente para usarlo como el salero en las comidas.
Llévese de San Agustín. No sea tan bruto.
Madrid, España, viernes, 18 de marzo de 2011.
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