Yasir Mateo Candelier
Escuché gran parte del discurso del Presidente el pasado domingo. Al día siguiente llegaron al este del territorio nacional cientos de yolas con ciudadanos norteamericanos de la isla de Puerto Rico en busca de un mejor futuro en la República Dominicana. Una vez las embarcaciones tocaban tierra, sus tripulantes salían huyendo hacia el interior de nuestra isla.
Uno de ellos me abordó en su huida y con cara asustada me preguntó si por los alrededores había policías. ¿A qué le temes? Le pregunté. Me dijo que suponía que si lo agarraba la policía lo enviarían de vuelta a Puerto Rico, donde el nivel de vida y la situación económica eran horribles, comparados con la República Dominicana, de acuerdo con el discurso de nuestro Presidente. Traté de calmarle diciéndole que no le iban a deportar, y como no traía pertenencias ni dinero las autoridades tampoco le iban a robar por ahora; que eso iba a ocurrir después, cuando empezase a pagar impuestos.
Después del discurso del presidente cundió la alarma en los aeropuertos dominicanos. Miles de ciudadanos europeos colapsaron los servicios de las aerolíneas para venir a nuestra isla. Un español fue entrevistado por una periodista al bajar del avión junto a su familia. Manifestó ante una cámara de televisión que buscaba mejor educación para sus hijos: Lolita, Montserrat y un tal Manolín. Aquél padre de familia había escuchado el discurso del Presidente dominicano a través de internet y le hizo mucha ilusión que sus hijos recibieran instrucción en el mejor de los sistemas educativos de la región y del mundo: El sistema educativo dominicano.
La periodista le dijo al inmigrante, aunque fuera de cámara, que si sus hijos lograban graduarse de la primaria sin que fuesen envenenados por el desayuno escolar iba a ser un milagro y que se olvidara de que esos españolitos hijos suyos pudiesen aprender el castellano en la isla, ya que hacía poco el gobierno había introducido un cambio en la enseñanza con el fin de que el idioma de Cervantes nunca pueda ser aprendido por nadie. El españolete miró a la reportera con cara divertida, como si hubiese escuchado una broma, y se marchó a la capital.
No había pasado mucho tiempo desde el discurso del Presidente y ya por las calles de las principales ciudades dominicanas pululaban miles de canadienses, japoneses, australianos, neozelandeses, suecos, islandeses y noruegos que emigraron con el fin de labrarse un futuro en la pujante economía descrita por el Presidente dominicano en su discurso.
Hay que decir que también arribaron al país muchos asaltantes y delincuentes extranjeros que buscaban ganarse la vida como siempre lo habían hecho, pero esta vez en Santo Domingo, donde todos sus habitantes son prósperos, siempre de acuerdo con las cifras económicas que el Presidente desveló en su discurso. Los malvivientes se enteraron del discurso del Presidente a través de “radio bemba”, pero se llevaron la sorpresa de que cuando iban a asaltar a la gente, la gente los asaltaba a ellos. Yo mismo presencié un caso. El tipo parecía australiano. Se adentró en Guachupita, vió a un tígüere parado en una esquina y lo agarró por el cuello, conminándole a que le entregase todo su dinero. El dominicanito, sorprendido, no tuvo más remedio que sacar su arma de guerra, pegarle dos tiros en el estómago al inmigrante, quitarle del dedo índice de la mano izquierda un anillo de oro y salir corriendo mientras se preguntaba si el mundo se estaba volviendo loco por si solo o si era la droga que él vendía la que estaba volviendo loco al mundo.
Otros muchos extranjeros del hemisferio norte se fueron a los hoteles y las plantaciones dominicanas para que allí les contratasen. Pero decidieron que por el salario que ganaba un haitiano ellos no trabajarían nunca.
Aparte de ciudadanos de a pié atraídos por el discurso del Presidente, llegaron al país pequeños empresarios. Los ánimos de montar empresas se les quitaron con el primer apagón general que duró más o menos nueve horas.
-¡Andaaaldiaaablo!- gritó un taiwanés. Bueno, o algo así interpretaron los que le escucharon. El taiwanés de desahogó en su idioma, mientras un transeúnte le robaba la cartera. El chino se dio cuenta de que al llegar a la nación de los dominicanos había penetrado en una dimensión desconocida, mezcla de ficción, discursos fantasiosos y Estado fallido.
En fin, que les he contado lo que soñé la madrugada del lunes, luego del discurso del Presidente. Todo como consecuencia de la fiebre y el sueño. Me imagino que la misma fiebre que atacó al Presidente antes de redactar su discurso. Cuando me siento mal y algún estado febril me invade como aviso de alguna gripe inesperada, yo voy al médico. Cuando al Presidente le ocurre lo mismo, le da por escribir discursos, leerlos en público y transmitirlos al mundo.(Adjunto copia del volante hospitalario).
Madrid, España, viernes, 04 de marzo de 2011.
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