Pedro P. Yermenos Forastieri
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El tema del proyecto hegemónico está lejos de concluir, en el trayecto hay paradas trascendentes: La ley del tribunal constitucional y su integración; la del consejo nacional de la magistratura y su nueva conformación; la reestructuración de la suprema corte de Justicia; el nombramiento de los miembros del tribunal superior electoral. Todo eso es demasiado importante como para suponer que no se actuaría de idéntica forma que en las ocasiones anteriores.
En su implementación se presentaron obstáculos a la nociva decisión para la democracia de controlar todo el poder público. Para la aprobación de leyes orgánicas, tales como la del tribunal constitucional y la del consejo nacional de la magistratura, la constitución ordena que se haga con una mayoría de las dos terceras partes de los legisladores presentes.
Como el poder ejecutivo, pese a su dominio avasallador, no cuenta con esa proporción de votos, para lograr su propósito se ha inventado un procedimiento tan ingenioso como ilegal. El truco es sencillo, consiste en aprobar con cualquier redacción las leyes orgánicas, haciéndolo con las mayorías requeridas. Remitirlas al poder ejecutivo, quien procede a observarlas y a devolverlas al congreso, el cual acoge las observaciones del poder ejecutivo, pero lo hace con mayoría simple, bajo el ardid de que al estar de acuerdo con dichas observaciones, no se precisan las dos terceras partes.
Eso carece de rigor jurídico porque al observar las leyes orgánicas, lo que el presidente está solicitando al congreso es que se haga modificaciones a las mismas, y el artículo 112 de la constitución es claro al consignar que tanto para la aprobación como para la modificación de las leyes orgánicas se exige el voto favorable de las dos terceras partes de los miembros presentes.
El rechazo ha sido abrumador a ese procedimiento artificioso, porque el poder ejecutivo podrá continuar contando con su acrítico apoyo legislativo, pero ha empezado a perder de forma notoria la magia con la cual parecía encantar a gran parte de la población, los poderes fácticos incluidos. El presidente conoce muy bien la peligrosidad que implica cuando un gobierno se enrumba por esa pendiente enjabonada.
Si alguien necesita evidencias de lo que afirmo, basta con mencionar los últimos mansajes dirigidos a la nación por el presidente. Sus efectos han sidos desafortunados. Lejos de concitar admiración, comprensión y adhesión, han sido motivos de desprecio, burlas, indignación y coraje. Nada más difícil que recuperar el prestigio perdido.
Santo Domingo, R.D., sábado, 26 de marzo de 2011.
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