Margarita Cordero
En cada ocasión en que forzosamente debo escuchar un discurso del presidente Leonel Fernández, me asalta la desazón del “déjà vu”, esa sensación de haber estado en otro momento sentada frente al televisor viendo los mismos gestos, oyendo las mismas palabras.
Hoy no fue distinto. Similares anuncios sin nada que los sustancie, sin nada que los haga creíbles. ¿Qué harán esos numerosísimos “gestores energéticos” para garantizar el ahorro de un 10 % de la energía en cada edificio gubernamental? ¿Irán piso por piso, despacho por despacho, apagando las luces y los aires innecesarios? ¿No sonroja la admisión implícita de morosidad de las entidades al ordenar ahora la retención “automática” del pago de la electricidad consumida? Hubiera deseado que el presidente explicara cómo se reducirán en un 12 % los gastos del gobierno, pero este es un deseo, mío o de cualquiera, que el discurso del presidente no pretendió nunca satisfacer.
En octubre de 2008, el Consejo Nacional de la Empresa Privada presentó al gobierno la propuesta de un plan integral para el sector eléctrico que recibió la callada por respuesta. Es un documento de 87 páginas en el que el CONEP diagnostica y formula –desde sus intereses, es cierto— una solución de largo plazo. Ahora, casi tres años después, cuando las empresas han tomado por su cuenta decisiones que aligeren la carga de la factura, el presidente Fernández les anuncia la puesta en marcha de un programa de fomento de la eficiencia energética que, lo dijo textualmente, incluye “el desarrollo de actividades de difusión y oferta de servicio gratuito de pre-diagnóstico, auditoría energética y diseño de proyectos de eficiencia a un grupo de industrias que sean usuarias reguladas del sistema eléctrico nacional interconectado”. El presidente –conceptualizador, omnisciente, infalible— le ofrece al empresariado redescubrir la pólvora en su beneficio.
En julio de 2008, Fernández se comprometió con empresarios del transporte, agrupados en federaciones, confederaciones y asociaciones a ejecutar en un plazo de noventa días un plan de impulso al uso del gas natural. Se dijo entonces que en noviembre de ese año se habría reconvertido 45 mil vehículos.
Pero todavía más: el 25 de mayo de 2007, emitió el decreto 264-07 para disponer que el propio gobierno y los ayuntamientos promovieran el uso masivo del gas natural y encargó a la secretaría Industria y Comercio, encabezada por Francisco Javier García, “de la conversión, distribución, protección al consumidor y el establecimiento de nuevos centros de cargas”. Apoyado en este decreto, García anunció tres días después, el 28 de mayo, la instalación en todo el país, en un plazo de tres años, de 200 talleres donde 158 mil vehículos adaptarían su sistema al uso del nuevo y económico combustible.
Tampoco dijo nada nuevo sobre qué hará para enfrentar los precios mundiales de los alimentos que agita frente al país para infundir temor: apoyo directo a los pequeños y medianos productores concretado en la provisión de semillas, orientación para la siembra, transferencia tecnológica… Casi un calco, aunque reducido esta vez, de las seis medidas anunciadas en 2008, también para morigerar los efectos de los precios internacionales de los alimentos.
Mas debo confesar que la sensación paramnésica que me provocara el discurso se diluyó, y no porque fuera nuevo sino por insoportablemente irritante, cuando oí al presidente Fernández detallar el contenido del “kit” que venderá el gobierno para proteger del hambre a los “más vulnerables”: un grupo de alimentos pobres en cantidad y calidad, al costo de 1,248 pesos, para que desayune, coma y cene durante una semana una familia de ocho miembros. Cómo sorprenderse, entonces, de la reaparición de la tuberculosis en los sectores económicamente más deprimidos de los grandes centros urbanos.
Afectado de una desconexión de la realidad cada vez más acentuada, Fernández se ovilla en su autoimagen de chamán posmoderno, aspirante a remedo mulato del Dionisio siracusano que, al decir de Mark Lilla, es lamentablemente nuestro contemporáneo con muchos nombres: “Lenin y Stalin, Hitler y Mussolini, Mao y Ho, Castro y Trujillo, Amin y Bokassa, Sadam y Jomeini, Ceaucescu y Milosevic…”
Por eso Fernández habla como lo hizo esta noche. Por eso actúa como actúa. Por eso no piensa en Corinto.
Santo Domingo, R.D., viernes, 18 de marzo de 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario