PEDRO P. YERMENOS FORASTIERI
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En el esquema político predominante en la República Dominicana, Danilo Medina es un excelente candidato presidencial. Es perceptible que su accionar, sobre todo en el ámbito electoral, está desprovisto de improvisación. Sus pasos, sus discursos, sus silencios, su exposición, su retraimiento, todo en él, revela táctica, estrategia, propósitos previamente delineados. Eso es un buen político. De yo ser asesor político-electoral, me encantaría tenerlo como cliente. Astuto, captador de intenciones, prudente, discreto y magnífico ejecutante. Danilo Medina es tan buen trabajador de su oficio, que ha ido derribando obstáculos que hasta hace poco parecían insalvables. Hoy, muchos dominicanos y dominicanas que eran indiferentes ante él, lo valoran como alguien que toma muy en serio lo que hace, y eso es un mérito que hay que reconocer. Sin embargo, desaparecido ese tipo de retranca, se ha encontrado con obstáculos de mucho mayor envergadura que han sido colocados en su camino nada más y nada menos que por su propio partido y el liderazgo que lo hegemoniza. Parece paradójico, pero hoy, Danilo Medina, peledeísta como el que más, está atrapado en el terrible dilema de ser el estandarte electoral de una organización de la cual, al mismo tiempo, debe marcar distancia de muchas de sus ejecutorias al frente del Estado, cuyos efectos en términos de irritación colectiva, están al máximo en el tiempo de su candidatura. Una coincidencia fatal. El político que logre derribar ese muro infernal, merece la presidencia de la república.
Danilo Medina es un experto en campañas electorales. Su vida política ha estado muy signada por la elaboración de tácticas y estrategias para procesos en los cuales se persigue el poder a través de las urnas. Eso determina que sean muy escasas las posibilidades de cometer errores, de alta factura en estos asuntos. Esa es una de sus ventajas respecto a su adversario principal, tan dado al yerro en la medida que incrementa su exposición pública, de ahí su cuidadosa administración desde la proclamación de su candidatura.
De igual manera, es innegable su reposicionamiento en la valoración colectiva, lo cual no puede ser confundido con adhesión política. Esa mejoría es consecuencia de su evidente preparación para dotarse de un amplio dominio de la problemática nacional y, por ello, elaborar un catálogo de respuestas atractivas que, bien aplicadas, podían asestar un golpe contundente a los históricos males que padece la nación.
En un escenario normal, en el cual, su candidatura se ofertara a un conglomerado no influido por la actual valoración de las fuerzas políticas que la impulsan y de lo que han sido las gestiones gubernamentales que han encabezado, podría asegurarse que se tratara de una oferta presidencial de altísima potencialidad.
Es cierto que puede alegarse que no le sobra el ángel que tanta falta hace para producir esa seducción, un tanto inexplicable, que es capaz de concitar una conexión casi indisoluble sobre todo con una población con muchos mayores niveles de emocionalidad que de racionalidad.
Sin embargo, eso que suele englobarse en una palabra que todos comprendemos lo que traduce, pero que no es fácil de definir, como es “carisma”, no ha abundado en personajes que, provistos con igual o menor dosis que Danilo Medina, han alcanzado el solio presidencial. En adición, un amplio segmento de la sociedad está hastiado de los subterfugios retóricos, de discursos muy bien estructurados y mejor pronunciados, pero huérfanos absolutos de sustentación por una práctica política que los desdice.
De ahí que, descarto esa posible minusvalía como uno de los percances esenciales de una candidatura que, como la de Danilo, viene trabajándose desde hace mucho. Sus valladares son de otra naturaleza y, como tampoco es extraño que suceda en el terrible mundo de la política, tienen su origen en los intereses disímiles que él representa para los proyectos políticos que, paralelo al suyo, inciden en el PLD. A esos nos referiremos el próximo martes.
Santo Domingo, R.D., sábado, 11 de junio de 2011.


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