sábado, 10 de diciembre de 2011

Buenas intenciones frente a la inflación


Eduardo Álvarez
cenitcorp@gmail.com

Si en este gobierno hay dos o tres funcionarios con un buen desempeño, tenemos que hablar de Altagracita Paulino. No cabe la menor duda. Cabalga solitaria en medio de un inmundo muladar poblado de funcionarios corruptos y arrogantes.

Pero no se trata de ella. Se basta a sí misma con sus invaluables aportes como funcionaria. Viene al caso por mostrarse interesada en que la población controle sus gastos en estas fiestas de fin de año. 

Sorprenden sus buenas intenciones (“De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”), no porque sean desacostumbradas en ella, sino porque resultan inaplicables en medio de una insostenible inflación de los precios que se tragan el presupuesto familiar en todas las capas sociales.  Afecta, incluso,  a los individuos más frugales.

No le puedes pedir a una ama de casa que guarde pan para mayo, cuando lo que ingresan, ella y su pareja, no les rinde ni para la harina. En estos últimos dos años, los precios de los productos básicos se han triplicado, sin que este fenómeno haya sido registrado por el Banco Central, cuyos informes apenas  reflejan un crecimiento constante.

¿De qué nos vale enterarnos de que crecemos, sino tenemos para vivir modesta y dignamente?  Las entradas familiares que, hace cuatro años posibilitaban la compra de un apartamento en un barrio de clase media, ahora son insuficientes para suplir la nevera y la despensa de la cocina.

Altagracita Paulino.

Una familia con un promedio de 100 mil pesos tiene que suprimir la diversión de sus hijos, olvidarse de los restaurantes, limitar el uso de su auto sólo para llevar los hijos al colegio e ir al trabajo. No puede comprarse ropa ni viajar. Hasta hace poco, esa era una cifra apreciable, buena hasta para ahorrar.

Por muchos consejos que nos dé Altagracita, a través de Proconsumidor, no hay forma de ponerlos en práctica. Primero, el Banco Central debe que transparentar las cifras, y -lo que es todavía menos probable-, el jefe del Estado tiene que eliminar el despilfarro en el gasto público de un gobierno cuyas prioridades están completamente divorciadas de las necesidades de la población. 

Los viajes del Presidente y de la primera dama son más importantes, ahora, que  los pupitres y las pizarras de una escuela. Economías cincuenta y mil veces más grandes que las nuestras tienen uno o dos representantes, mientras nosotros les enviamos veinte o treinta zánganos pagados con el presupuesto nacional, solo porque un amigo, colega o compadre le piden sacar cinco, siete y diez mi dólares mensuales para cubrir los estudios, la buena vida o el alejamiento de un familiar harto de vivir en este país. 

Este, definitivamente, no es un gobierno para funcionarios como Altagracita. Si se me permite el reconocimiento.

Santo Domingo, R.D., sabado, 10 de diciembre de 2011.

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