ANDRÉS L. MATEO
UNO
Y quién sabe si se nos imponga la necesidad
de descargar la memoria, como se descarga un inodoro, o como un adolescente se
arroja al precipicio, ardiendo en el desdén de la amada.
Nuestra inocencia fue soñar con un régimen
de progreso sustentado en nuestras suposiciones idílicas de que el mundo se mueve
en un orden lineal, una secuencia histórica y una transparencia moral. Soñadores empedernidos como Ulises Francisco
Espaillat y Juan Bosch nos infectaron con sus prédicas y sus conductas. Pues
no. ¡Jódanse! Lo que hay es este eterno transcurrir inacabado. Y no hay
culpables. Un mundo dividido entre pendejos y corruptos.
TRES
Hay tantas simulaciones groseras a que el
existir obliga en este país, que a veces
callar es postular el sarcasmo. En la palabra puede ser dicho todo lo claro y
lo oscuro, se pueden guardar lo confuso y lo vulgar, lo extraordinario y el
suceder común. Pero el silencio puede extender sus brazos a la
desolación moral del siglo en esta media isla, y acusar a esa pequeña burguesía
“artística” que vende su espíritu por dinero, sin importarle el daño que le
hacen a un país acosado por la corrupción, saqueado sin misericordia por unos
políticos que amasan riquezas obscenas, hundido en la ignorancia y la miseria
material que genera la más despreciable abyección. ¡Yo, también sé!
CUATRO
Tal vez, como dijo Octavio Paz, “siempre en
la historia es noche y es deshora”.
CINCO
Vivir posmodernamente es vivir sin una
forma de reintegración de las conductas. Asumir las coordenadas de la
posmodernidad significa entender que el mundo contemporáneo trae juntas la
racionalidad y lo que la amenaza. Cada
vez más, en el universo de la marginalidad globalizada, hay países en amenaza
de disolución, porque la actividad productiva de los mismos no alcanza ni al
cincuenta por ciento de sus necesidades, y porque, en rigor, el Estado es
expresión de algún grupo político. En ese círculo de fuego estamos nosotros, y
es “natural” que haya tantos nuevos millonarios asaltando el
Estado, y que una cosa sea lo que se discute en FUNGLODE, y otra muy distinta
lo que ocurre en la práctica política cotidiana. ¡Eso es vivir posmodernamente,
sin una forma de reintegración de las conductas!
SEIS
José Antonio Osorio Lázaro.
Algún tugurio, una cueva mal oliente,
debería llevar el nombre de J. A. Ozorio Lizarazo, el más famoso de los
intelectuales extranjeros pagados como plumíferos por Rafael Leónidas Trujillo
Molina. Y no se trata de un masoquismo que revele el carácter irrisorio de la
naturaleza humana, sino promover al rango de monumento lo que Joaquín Balaguer
ha llamado “La palabra encadenada”.
Nadie como J. A. Ozorio Lizarazo
hizo de la palabra en nuestro país ese lugar sinuoso que negaba
cualquier intento de situar la historia, y se la vacunaba contra todo contenido
ético, propiciando una batalla en la que nada importaba, sino ese manejo
diestro del buen decir, que Trujillo compró a numerosos intelectuales del
mundo. Rata despreciable, Balaguer mismo, quien lo trajo al país, lo
define como “un intelectual moralmente
arruinado”; y yo lo he recordado, ahora que el culto a la personalidad no
parece sonrojar a nadie, y que hay otras ratas,
porque podría ser un recuerdo útil, que remita a cada momento a quienes
manejan la palabra y el pensamiento a ese símbolo repugnante de intelectual, y
en un mismo gesto, a lo contrario de la abyección y el miedo.
SIETE
Hemos soñado un país que se inserte en la
modernidad, que abra sus puertas al sueño de la justicia, del progreso. Una fatal ostentación del lenguaje, que en la
cubierta de la vida nos han hecho pagar muy caro. ¡Oh, Dios!
Santo Domingo, R.D., jueves, 09 de febrero
de 2012.




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