Me fastidia en cada elección ver la firma del pacto de civilidad. Candidatos y asesores se congregan ante la jerarquía eclesial, que cumple su función acostumbrada de padre y madre de una sociedad incapaz de lograr la civilidad natural en cualquier democracia funcional. Los gladiadores hipócritas asisten como corderitos para luego despotricarse en jauría.
El pacto de civilidad es una de las evidencias de cuán poco ha avanzado la democracia dominicana desde la transición de 1978.
Las campañas electorales son confrontaciones inescrupulosas de intereses grupales y personales. Los insultos sustituyen el debate racional de cómo encaminar el país por mejores senderos. El bandereo tira a las calles numerosos proselitistas a sueldo a promover un color, unas siglas y unas caras. Las caravanas parecen procesiones de reyes decadentes rodeados de un pueblo dócil y empobrecido. Los programas de radio y televisión están repletos de apologistas de un bando u otro, y con pago asignado, encizañan a los opositores.
¿Qué hay en juego? De un lado, cuantiosos beneficios que los grandes políticos arrebatan a la sociedad mediante la tan cacareada corrupción, y del otro, migajas que con ansias esperan las grandes clientelas políticas.
El circo necesita secuencia: emoción, confrontación, conmoción y genuflexión.
El pacto de civilidad es la pacificación por unos días, sobre todo si se firma al comenzar la Semana Santa, cuando la gente va de playa, a la iglesia o de viaje, y los candidatos al exterior a buscar votos.
El pacto abre la última etapa de la contienda, donde los gladiadores echan las grandes peleas. Se determina quién lleva la delantera y se pronostica quién se quedará con el trofeo constitucional para desfalcar el Estado Dominicano, o usarlo de trampolín para ganancias en otros lares como se estila ahora. Por eso aspiran tantos, por eso quieren quedarse los que están y llegar los que no están.
La democracia dominicana es un aparataje constitucional para justificar lo que cada gobernante desea, aún sea con restricciones. En la época de dictadura había pocas limitaciones a la megalomanía del jefe. En la post-dictadura, las leyes se retuercen en función de los intereses de los gobernantes, y la oposición sigue la corriente en espera de beneficiarse con las mismas reglas. En la democracia dominicana se malversan fondos públicos para financiar la adición al poder y la acumulación de riqueza de cada grupo político que pasa por el gobierno. Se roba en función del rango y las habilidades para cometer fechorías, y siempre hay algunos funcionarios más descarados que otros. Cada gobierno produce un par de personajes detestables y detestados, pero ojo, todo el sistema está contaminado.
Surge entonces la pregunta, ¿por qué acepta la sociedad dominicana este sistema corrupto y arbitrario sin revelarse? La respuesta es compleja, pero un componente esencial de ella es que amplios sectores se benefician, o aspiran a beneficiarse, de la forma corrupta y desordenada en que opera el sistema. El PRSC, PRD, PLD y aliados constituyen una casta política enriquecida en el poder que monta teatros electorales.
En una sociedad como la dominicana con escasas posibilidades de movilidad social por medios legítimos para muchos, la política es una rama de la economía ilegal, donde se acumula riqueza o se encuentran botellas. La honradez, la decencia y la honorabilidad no tienen mucha cabida en este sistema. Reina la hipocresía que se capta en eventos como la firma del pacto de civilidad. Y es que la diatriba es esencial para maquillar la corrupción y desinstitucionalización en que se sustenta el sistema económico y político. Por eso no puede haber civilidad democrática.
Santo Domingo, R.D., miercoles, 04 de marzo de 2012.
http://presenciadigitalrd.blogspot.com/2012/04/gladiadores-hipocritas.html
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