CÉSAR PÉREZ
Uno de los slogans más recurrentes de los variopintos movimientos denominados de indignados, era “nuestros sueños no caben en vuestras urnas”. Con ello se quería establecer distancia de los procesos electorales en curso, absteniéndose de votar, sin importar lo que pudiera salir de las urnas, pues consideraban que todos los partidos y candidatos eran iguales. No advertían que de las urnas suelen salir traumáticas pesadillas.
En ocasiones me he referido al significado y posiciones de esos movimientos y sobre algunas coyunturas políticas en algunos países. Los ejemplos puestos, no es ocioso repetirlos, fueron el mayo francés del 68, que alcanzó su más alta intensidad en el 69 y el iniciado el pasado mayo en la Plaza Sol de Madrid, que se denominó “indignados”.
Recordaba que en junio del 69, la izquierda francesa perdió 100 diputados, 61 el partido socialista y 39 el comunista. Se entronizó una Asamblea de derecha que duró más de 40 años. En el contexto de la acción de los indignados, del proceso electoral del año pasado en España, surgió un gobierno de derecha que de inmediato tomó una serie de medidas que recortan el gasto social e importantes conquistas de los trabajadores que acentuará el desempleo, motivando una rápida y fulminante huelga general.
Los sueños de los indignados no cupieron en las urnas, pero de estas surgió una pesadilla que amenaza el presente y futuro de la clase trabajadora de ese país, en particular de los jóvenes, las mujeres, los pequeños negocios, los cuentapropistas y demás sectores vulnerables, en general. Cierto que el surgimiento de ese gobierno de derecha no es culpa de los indignados, pero su justa indignación no pudo evitar la pesadilla que hoy viven diversos sectores de la sociedad española.
Quienes hemos vivido la pasión de la política y el sueño de una sociedad con igualdad de oportunidades, sabemos la fuerza que tienen los principios en que se sustenta ese sueño, por eso comprendemos la rabia de los indignados. Sin embargo, la experiencia nos enseña que hacer política es confrontarse con la realidad y la realidad no se modifica sin acuerdos o pactos entre la pluralidad de actores que la configuran. Es lo Weber llama ética de la responsabilidad.
Tomar partido en la definición de determinadas coyunturas nos obliga a la búsqueda de un resultado que contribuya a que la coyuntura en cuestión se oriente en el sentido de los intereses generales de la sociedad y eso no se logra sin acuerdos entre partes no iguales, con objetivos estratégicos diferentes, pero coincidentes en ese momento. Eso significa saber combinar la ética de los principios con la ética de la responsabilidad.
En tal sentido, en la presente coyuntura electoral tenemos que decidirnos entre permitir que se reelija un partido/corporación, que además de concentrar todos los poderes del Estado, controla importantes esferas de la actividad económica del país o impedir que a través de las urnas se prolongue esa pesadilla.
El grupo de ciudadanos y ciudadanas que sueña por una sociedad realmente democrática busca un resultado en las urnas que derrote la reelección de esa pesadilla, votando por la única opción con posibilidades de hacerlo.
Santo Domingo, R.D., miércoles, 04 de abril de 2012.
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