Teofilo Quico Tabar
Durante todo el proceso, pero sobre todo luego de conocidos los resultados electorales, la nación dominicana se ha mantenido entre esperanzas y desilusiones. Esperanzas de parte de quienes por cualquier vía o forma obtuvieron resultados que lo acreditan como ganadores; desilusiones entre los que de múltiples formas perdieron esas esperanzas. Sin embargo, no se puede negar que una parte de los desilusionados esperan por lo menos que las promesas de campaña y las propuestas anunciadas y ratificadas les devuelvan algo de ilusión, porque así son los pueblos cuando entienden que lo último que se pierde es la esperanza de un presente o un mañana mejor.
Hoy se inicia un nuevo gobierno. Ganadores y perdedores de alguna manera sentirán los efectos de sus ejecutorias, ya que sus acciones beneficiarán o perjudicarán. Lo que se haga o deje de hacerse tocará de diferentes maneras a cada ciudadano sin importar si estuvo de un lado o de otro. Peledeístas, perredeístas o de cualquier tendencia; si es rico o pobre; si viven en campos o ciudades. Todos aspiran a que suceda lo mejor, aún aquellos que han perdido las ilusiones, porque siempre mantienen vivas sus esperanzas.
No es consejo, solo les recuerdo a los ganadores que para el hombre, tiene valor lo que es bueno, lo que asegura su desarrollo normal, lo que facilita su mejoramiento, lo que lo ayuda a superarse. El pleno desarrollo de la persona se realiza en el equilibrio que exige la jerarquización de los valores, dándole a cada valor el lugar que le corresponde. La verdad, la bondad, la confianza, la concordia, la paz, son valores superiores que no se aprecian con dinero.
En tal virtud, todo el dinero del mundo y todos los bienes juntos no pueden desarrollar totalmente al hombre, ni satisfacer plenamente sus aspiraciones. Conviene poner en primer plano los valores que le dan al hombre la facultad de dar lo mejor de sí mismo: su poder de conocer y su poder de amar. Dentro de ellos, la verdad, la concordia de las ideas con lo real; el sometimiento del espíritu al objeto.
El deber es, de hecho, la conquista de la libertad y la conquista del mundo, la exaltación progresiva, el impulso hacia lo mejor, el florecimiento continuo del objetivo. El deber, antes que imponerse desde afuera con el mandamiento o por la ley, se impone desde adentro como la ley de ser ávido de crecimiento; como la ley del espíritu, ávido de afirmarse; como la ley de la libertad todavía en vías de perfección.
La verdad es siempre realista y objetiva. Como dice J. L. Lebret “Cuando se vive en la verdad, la confianza se establece entre los hombres. Cuando se miente en la cumbre de la sociedad, pronto se miente en todos los lados”. Y afirma “Por eso, un buen cristiano debe tener conciencia de que se determina, tanto más cuanto mejor se haya liberado de sus pasiones intimas y de las presiones exteriores”.
Santo Domingo, R.D., jueves, 16 de agosto de 2012.
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