ANDRÉS L. MATEO
El bonapartismo es un régimen con condiciones
particulares en su proceso histórico, cuya característica esencial es la
subordinación de toda la sociedad al Poder Ejecutivo.
Fue el viejo Carlos Marx quien tipificó estas formas
carismáticas de representación, en su libro “El 18 brumario de Luis Bonaparte”,
y aunque ya nadie cita al viejo marxismo, un vistazo a sus juicios, en
particular al ciclo histórico que abre la Revolución francesa en 1789, nos
permitiría entender la gravitación hegemónica de figuras como Joaquín Balaguer
y Leonel Fernández en la historia contemporánea. Esto le puede parecer muy
teórico a mucha gente, pero es de lo más concreto que vivimos todos los días,
porque uno de nuestros problemas actuales es el hecho de que no hemos superado todavía
el bonapartismo balaguerista.
El generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina y su presidente títere Joaquín Balaguer Ricardo.
La plataforma ideológica de todos los gobiernos
dominicanos es el bonapartismo. Cuando Balaguer subió al poder no se lo
inventó. A la caída de Trujillo el aparato del Estado tenía un peso específico
en la riqueza nacional verdaderamente desproporcionado, puesto que el
Generalísimo reunía en su persona, a la hora de su muerte, riqueza propia y
riqueza del erario. Factores que daban al detentador del Estado el don de un
Rey Midas.
Si el artículo 55 de la Constitución hace del Poder
Ejecutivo un pequeño César, la herencia de la riqueza material del régimen
trujillista potenciaba la imagen de un Presidente dotado mágicamente de poderes
sobrenaturales. Es sobre esas realidades históricas que el mito de Balaguer
prohijó sus dimensiones. Y es lo que
Leonel Fernández ejerce como práctica política, y lo que le ha dado todo el
poder que tiene en el mismo momento en que lo abandona.
En el bonapartismo la sociedad tiene una prohibición
absoluta de inventarse a sí misma, únicamente el iluminado que detenta el Poder
Ejecutivo participa de una manera de hacer el mundo. Rasgo que fija las
conquistas sociales (construcciones, desarrollo económico, alcances de la
educación, políticas sociales, etc.) como objetos de posesión que brotan exclusivamente
de su personalidad, y que las masas recibirán boquiabiertas, apabulladas,
extasiadas y ensimismadas frente a tanto prodigio.
Escudo de armas del segundo imperio francés, Napoleón III (1852–1870)
En un país de tan larga tradición autoritaria eso se ve
como algo natural. ¿Cómo explicarle a
los jóvenes que un Presidente de la República no tiene derecho a repartir en
mítines políticos el dinero de los contribuyentes, que no puede despedazar el
Estado para que la “Primera Dama” sustituya la salud pública, la cultura, la
educación; que no se puede disfrazar de Santa Claus y salir a repartir funditas
que no salen de su bolsillo, sino de los
impuestos, que no puede gastar cincuenta millones de dólares en viajes para
darle satisfacción a su ego; si el bonapartismo ha legitimado con su práctica
toda la depredación histórica del Estado? Al final de los gobiernos de Leonel
Fernández, toda la desproporción de la corrupción y del despilfarro que hemos
vivido tiene su fundamento en esta concepción bonapartista.
El bonapartismo de la historia dominicana se pudo haber
evitado por la vía del fortalecimiento de las instituciones, pero sería como
negar el proceso histórico que venimos describiendo, y su naturaleza. Sería
como negar los objetivos personales de Balaguer y de Leonel. Aunque sí vale la
pena recordarlo al final de este
gobierno depredador, porque es con ese
instrumento que Leonel Fernández se puede situar más allá del bien y el mal, levitando por encima de las leyes,
suponiéndose que sus propios deseos, el cerco infranqueable de sus pasiones
humanas, son el bostezo de un Dios. Y porque, además, los intelectuales que no
han perdido su criticidad, deberían mirar hacia el espejo de la historia, observando que el bonapartismo de Leonel Fernández es la
nueva expresión del autoritarismo.
Danilo Medina escucha al presidente Leonel Fernández, quien parece indicarle algún punto a seguir.
Danilo Medina abre hoy un nuevo capítulo de los gobiernos
del PLD, y nosotros esperamos que los poderes públicos se ejerzan para
beneficio del bien común. !Hay que superar el bonapartismo! ¡No necesitamos
Mesías ni libertadores! ¡No queremos ególatras! ¡Hay que sanear la vida pública
de la corrupción descarada! Lo que hoy se impone es que un nuevo gobierno sea
una práctica diferente de ejercer el poder. ¡Leeremos práctica, no
discursos!
Santo Domingo, R.D., jueves, 16 de agosto de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario